"EL 15 DE JUNIO, más que por Santos o la Paz, VOTEMOS POR LA PACIFICACIÓN Y LOS PACIFICADORES"
Humberto Vélez Ramírez.
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Nota: Ideas
principales. Estas dos cuartillas son las centrales para fundamentar nuestra
posición que señala: “El 15 de junio, más que por Santos o la Paz, votemos
por la Pacificación y los Pacificadores.”
A.
Se ha tornado casi costumbre denominar “paz” a toda acción orientada a
ponerle fin a los conflictos. Para el actual caso colombiano, sería más
conveniente distinguir entre hacer una pacificación- o pacificaciones- y construir paz positiva imperfecta: la pacificación se encuentra asociada a la idea de
impedir que guerrilleros y soldados se sigan matando, así como a que se
continúe asesinando a las poblaciones de indígenas, negros y mestizos, que
pueblan numerosos territorios de guerra
neutralizando, así, por otra parte, los efectos perversos de ésta sobre
el cuadro clínico de los derechos humanos, sobre la infraestructura vial
e hidroeléctrica del país, así como
sobre el presupuesto nacional; en cambio, la paz positiva imperfecta se encuentra ligada a toda acción colectiva
social orientada a realizar la necesaria revolución social democrática que el
país está reclamando.
B.
En la coyuntura de los dos últimos años, Santos se ha evidenciado
como pacificador mientras que
Uribe se ha reafirmado como des-pacificador no siendo pequeña la
diferencia y la importancia social y cultural de una y otra conducta; por otra
parte, ni Santos ni Uribe, por ser
neoliberales en distintos grado, pueden ser considerados como capaces de construir paz positiva imperfecta. Como lo ha
evidenciado la experiencia histórica del país,
y mucho más, como lo han significado los paros agrarios de los dos
últimos años, en Colombia la construcción de paz positiva es y continuará siendo una tarea histórica de
las luchas del conjunto de los subalternos y subordinados.
C.
En las anteriores condiciones y dado que en la potencial pacificación que
se ha venido jalonando en la Habana, se ha avanzado como nunca en los últimos
30 años, parece como política y éticamente pertinente apoyar en la segunda
vuelta a Santos más como pacificador que como constructor de paz. Vale
decir, votar por la pacificación. En
un país como Colombia, al que la guerra interna lo ha impactado en lo
cualitativo en todas sus dimensiones, la sola pacificación tendría por
si misma elevados méritos, méritos que se agigantan si se considera que ella constituiría un primer paso
importante en el proceso de construcción de paz positiva imperfecta. Por eso,
si, de modo irreal, se pudiese desdoblar el voto en un 50 % para
el pacificador y otro 50%, y muchos cincuenta por ciento más, para las constructores de paz positiva, no
habría que dudar en realizar tal operación electoral.
D.
Pero, hay algo más. Todo parece indicar que la propuesta de pacificación
que vendría de la Habana para que sea el conjunto de la ciudadanía el que la
pruebe o desapruebe, arrastraría ya cierta dosis de paz positiva imperfecta
asociada a importantes cambios (reforma agraria integral, democratización del
régimen político, estrategia para enfrentar, en un marco
nacional-regional, el problema del
narcotráfico e inicio del proceso de reparación de las víctimas). Entonces, en
esa misma dirección, el movimiento social por la paz debería levantar una
propuesta, de claro sabor gramsciano, orientada a lograr importantes
reivindicaciones sociales, que en los últimos dos años han entrado a hacer
parte de la agenda de las luchas sociales. Una razón más para apoyar a Santos
como pacificador porque las mismas dinámicas de los dos paros agrarios, el del
2013 y el del 2014, lo han obligado a hacer presencia como Estado en esas
luchas.
E.
Como podrá, entonces, observarse,
no se trata del clásico y hasta “entusiasta” apoyo crítico al programa de
gobierno de Santos; tampoco se trata de perder la independencia como oposición.
Se trata, más bien, de apoyar a un Santos pacificador en un momento especialmente
crítico en el que la extrema derecha, no necesariamente “fascista” pero sí
ultra-represiva en lo objetivo y en lo subjetivo, amenaza seriamente con llegar al gobierno
para echar para atrás todo lo que se ha logrado en términos de avances hacia la
pacificación.
Pero, como que Uribe-Zuluaga, dados los avances
objetivos logrados en la Habana en materia de una posible pacificación casi
irreversible, por fin han empezado a aceptar
que, no obstante que el grueso de la ciudadanía y de los altos Mandos
Militares participan de una versión u otra de la concepción uribista de “paz”,
sin embargo, ellos jamás le han
presentado a la ciudadanía un
análisis concreto y razonado sobre los diálogos en la Isla de Martí. En su
posición más elaborada, no han pasado de
repetir y repetir la boba generalidad de
que allá en la Habana “todo ha sido impunidad”. Pero, como saben, 1. que los
diálogos de la Habana cuentan con un sólido respaldo internacional, y, sobre
todo, latinoamericano, y 2. que, en mayor o menor grado, las tres minorías
derrotadas han sido proclives al proceso
de la Habana- proceso en relación con el cual han formulado análisis con
críticas razonadas- entonces, de cara a su expectativa de triunfo en la segunda
vuelta, han decidido retomar esa palabra efectista llamada “paz”. O una de
tres: 1. o simple cálculo racional electorero ; 2. o conciencia de que no
podían pensar en alianzas y en ganar el
porcentaje del voto de opinión que se
inclinó por Clara López, Marta Lucía y Peñalosa esgrimiendo las mismas generalidades, mentirosas unas y
malintencionadas otras, desplegadas durante los últimos años sobre las
dinámicas de esos diálogos ; y 3. o sana
intención de aprovechar un proceso ya en marcha que ha venido produciendo
efectos positivos para inyectarle, una vez Zuluaga en la presidencia, un nuevo
modelo de negociación. Por militarista que haya sido
en sus concepciones y prácticas, no podrá olvidarse que Uribe, sobre
todo en su segundo gobierno, y muy calladito, buscó aproximaciones “secretas”
con las Farc; aún más, en el 2007
intentó un " intercambio humanitario” como preludio de una
aproximación más formal.[1]
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