Atisbos
Analíticos 224, abril 2015, Humberto Vélez r, profesor de la
Universidad del Valle; investigador del Grupo “Política y
Conflictos” del Programa de Estudios Políticos; y Presidente
de ECOPAIS, Fundación Estado*Comunidad*País, “Un nuevo
Estado para una nueva Colombia”. humbertovelezr@gmail.com,
ecoapaisatisbosanaliticos2000.blogspot.com.
LOS
DIALOGOS DE LA HABANA Y LOS RESPONSABLES POLÍTICOS COLECTIVOS
DEL ORIGEN DEL CONFLICTO INTERNO ARMADO.
0tra
Mirada sobre sus orígenes.
A
CARLOS GAVIRIA DIAZ,
CON
ENORME ADMIRACIÓN
Y
UN INMENSO AFECTO.
Abstract
PRIMERA
PARTE
1. LA
JUSTICIA RESTAURATIVA Y NO EL DERECHO PENAL COLOMBIANO COMO REFERENTE
REGULATORIO Y AXIOLÓGICO CENTRAL DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL
2. ¿QUÉ
SIGNIFICA HISTORICIZAR PARA COLOMBIA LA APLICACIÓN DE LA JUSTICIA
TRANSICIONAL?
3. HACIA
OTRA CONCEPCIÓN DEL DERECHO
4. LOS
DIÁLOGOS DE LA HABANA:SITUACIÓN ACTUAL Y PERSPECTIVAS,
SEGUNDA
PARTE
SEGUNDA
PARTE
CONSIDERACIONES
CRÍTICAS GENERALES DEL TRABAJO ACADÉMICO DE LA COMISIÓN
HISTÓRICA DEL CONFLICTO Y DE LAS VÍCTIMAS.
TERCERA
PARTE
OTRA
MIRADA SOBRE LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO INTERNO ARMADO: EL ESTADO
COLOMBIANO, LOS ESTADOS UNIDOS Y, EN MENOR GRADO, LAS FARC COMO LOS
MÁS IMPORTANTES RESPONSABLES POLÍTICOS.
1. TRES
NIVELES DE CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA DE LOS ORÍGENES DEL
CONFLICTO INTERNO ARMADO.
A. Primer
Nivel de Contextualización histórica: La Historia de las Violencias
políticas.
B. Segundo
nivel de Contextualización histórica: La Configuración de “un
Estado estructural e institucional y, con el tiempo, culturalmente
Contra-opositor”.
C. El
tercer Nivel de Contextualización histórica de los Orígenes del
Conflicto interno armado: la Historia de las relaciones de Colombia
con el Imperio norteamericano.
2. Las
tres Contextualizaciones históricas y nuestro objeto de estudio.
3. LOS
ORÍGENES DEL CONFLICTO INTERNO ARMADO O DE LA VIOLENCIA POLÍTICA
SUBVERSIVA CONTRAINSURGENTE.
4. LOS
RESPONSABLES POLÍTICOS COLECTIVOS DE LOS ORÍGENES DE LA VIOLENCIA
SUBVERSIVA CONTRAINSURGENTE.
CUARTA
PARTE
ANÁLISIS
CRÍTICO DE LOS 12 INFORMES Y DE LAS 2 RELATORÍAS. (En
proceso de elaboración).
PRIMERA
PARTE
1. LA
JUSTICIA RESTAURATIVA Y NO EL DERECHO PENAL COLOMBIANO COMO REFERENTE
REGULATORIO Y AXIOLÓGICO CENTRAL DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL
Plurales
y valiosos en lo académico los 12 Informes y 2 Relatorías de la
Comisión histórica del Conflicto interno armado - en la práctica
14 Informes-, sin embargo, por variopintas razones, en lo político
dificultosamente podrán aportar a la colombianización de la
Justicia Transicional: 1. por la extensión, 809 cuartillas; 2.
porque los relatores, después de esbozar una
legítima y necesaria interpretación de cada escrito desde el cual
leerlos a todos, no produjeron un texto común, ágil y
condensado y pedagógico, en el que recogiesen los consensos y
disensos; y 3. porque casi todos, con algunas excepciones, al
centrarse más en la eterna persistencia y atroces
consecuencias del conflicto interno armado, relegaron a un segundo
plano la identificación concreta, y no vaga e implícita, de
los responsables fácticos políticos colectivos. No es que
los académicos seleccionados, a partir de una delimitación de las
responsabilidades individuales, hayan sido comisionados para
iniciar la judicialización de los responsables, pero la Mesa
de la Habana sí les fijó con claridad su oficio,
hacer
un estudio interpretativo personal sobre los orígenes, persistencia
y consecuencias sobre la población del conflicto interno armado,
que sirviese de “insumo fundamental” para la
inteligencia de su complejidad y de sus
responsables, así como para una futura Comisión de la
Verdad.[1]
Pero,
al haberse silenciado o dejado implícito o relegado a un segundo
plano lo de la responsabilidad grupal de los distintos actores, en
nuestra opinión será poco lo que esas 809 páginas podrán ilustrar
e inspirar los debates y acuerdos de la Mesa sobre la Justicia
Transicional.
Para
evitar equívocos conceptuales y prácticos, digámoslo de entrada:
Con el presente Ensayo, en un primer momento, sólo se buscaba
preguntarle a los 12 Informes y 2 Relatorías
de la Comisión de Historia del Conflicto y de las Víctimas por su
aportes a lo que hemos denominado “necesaria historicización”
de la aplicación de la Justicia Transicional a las
negociaciones de la Habana, pero, al tornarse un poco difícil la
tarea, sobre todo por no encontrar en ellos criterios operativos que
posibilitaran esa intención inicial, en un segundo momento,
decidimos formularles una primera crítica que, a partir de nuestra
propia lectura de los orígenes del conflicto interno armado, de modo
explícito pusiera sobre la mesa el problema concreto de los
responsables colectivos, asunto que sólo se aborda, de modo
explícito, en uno que otro Informe.
Pero,
antes de avanzar en esa dirección, convienen unas importantes
advertencias previas.
2. ¿QUÉ
SIGNIFICA HISTORICIZAR PARA COLOMBIA LA JUSTICIA TRANSICIONAL?
Historicizar
o colombianizar la aplicación de la Justicia de Transición, de
ningún modo significa inventarse formas caprichosas de hacerlo “a
la colombiana”, tal como lo ha sugerido el congresista
Roy Barreras. [2] Irse por esta nefasta vía podría
conducir, de acuerdo con la tradición de una histórica y muy
perversa picardía criolla, a asumir que la Justicia Transicional
puede ser sinónimo de impunidad total; sería como
doblegarse a voces facilistas que proclaman, “ los derechos de las
víctimas sí, claro que es algo importante, pero, al fin y al
cabo, es un asunto que a la larga podrá arreglarse cuando la
memoria se vaya apaciguando”; sería aceptar la postura
santanderista, que en el mismo acto que idealiza los
Tratados Internacionales que ha suscrito Colombia en materia de
delitos de Lesa Humanidad, proclama, “claro que hay que
respetarlos, pero ellos no pueden funcionar como una ‘enredadera
jurídica’ capaz de entorpecer el logro de la paz”.
Pero
no, muy al contrario, historicizar para Colombia en este 2015
la aplicación de la Justicia Transicional significa manejarla
en el contexto específico de nuestro conflicto interno armado;
implica saber cuáles han sido sus orígenes y quiénes y cuántos
han sido sus responsables fácticos no tanto morales; entraña fijar
cuáles y cuántas han sido las atrocidades cometidas entendiendo por
éstas los crímenes de guerra así como los actos de lesa
humanidad; comporta ubicar al conjunto de los victimarios para
aplicarles a todos medidas de excepcionalidad que, de modo necesario,
no tienen por qué ser las mismas, pues su presencia y roles en la
guerra interna han sido distintos; historicizar la aplicación
de la Justicia de Transición también encierra entender que
este “este trato distinto” no puede significar ser más
bondadosos con unos, los soldados, por ser parte de “una suprema
razón de Estado” y más rigurosos con otros, los guerrilleros, por
haberse rebelado contra esa ficcionaria idea de Estado; comporta
saber que las razones de la guerra y los imaginarios bélicos sobre
ella vigentes, son y han sido razones e imaginarios de la
guerra en Colombia y no en otros países donde han acaecido sucesos
similares; finalmente, colombianizar la aplicación de la Justicia de
Transición en esta sociedad en el 2015 buscando facilitar los
Diálogos de la Habana, significa entender que si bien durante 200
años la construcción del Estado se ha visto atravesada por
distintas formas de violencia política, sin embargo, lo que
más importa ahora para el presente caso, es el conocimiento de
esa forma específica de violencia política llamada conflicto
interno armado, o violencia subversiva contrainsurgente, que ha
cumplido medio siglo de existencia. (1964-2015).
3. HACIA
OTRA CONCEPCIÓN DEL DERECHO.
Otra
importante advertencia se liga a la necesidad de aclarar el
hecho de las maneras como se ésta conceptuando el Derecho,
nacional e internacional, en estos Diálogos de la Habana. Algunos,
concretamente algunos guerrilleros, lo han mirado como una
forma de “enredadera o maleza jurídica”,[3] aunque también
otros han señalado que, después de las negociaciones de la Habana,
se debe proceder a crear una nueva juridicidad.[4]
Sobre
la materia, importan las siguientes aclaraciones:
A. el
derecho nada tiene que ver con el leguleyismo;
B. en
su acepción moderna el derecho no puede conceptuarse como algo
formal; como un añadido; como una envoltura con la que los
abogados, a veces de modo torpe o a veces de modo elegante,
encubren superficialmente los eventos de la vida social;
como un rito que le permite a unos abogados honrados rociarle
agua bendita a eventos o fenómenos en cuya gestación lo
jurídico nada ha tenido que ver;
C. no
se podrá olvidar que la normatividad legal- lo legal- y la
normatividad jurídica- lo jurídico- no son acepciones sinónimas
pues, mientras la primera expresión hace referencia a la
normatividad estatal a secas, la segunda, la recoge pero a la luz de
un criterio de Justicia.[5] Lo legal asumido al margen de un
criterio de justicia, de modo casi necesario desemboca en
el legalismo que, en su versión criolla, el llamado santanderismo,
muy a la colombiana idealiza y fetichiza las normas legales sin
preguntarles siquiera por su grado de efectividad social; y
D. hoy
por hoy, lo jurídico- la normatividad legal a la luz de un
criterio de justicia- es una dimensión importante y substantiva de
lo social, tan importante como sus otras dimensiones, lo económico,
lo político, lo cultural. En la actualidad en Francia, Pierre
Rosanvallon, desde su Enfoque metodológico de Lo Político, que
estudia las historias sobre cómo en una sociedad concreta ha sido
construido lo social, al estudiar la forma como una sociedad se
configura a sí misma como comunidad política provista de sentido,
ha destacado la centralidad que adquiere la elaboración de reglas
para facilitar la convivencia entre los hombres y mujeres que en ella
habitan. Desde esa mirada, Rosanvallon ha rescatado del olvido la
perspectiva legislativa recordándoles a los historiadores de lo
político la importancia de leer, entender y pensar, al lado de las
historias de la democracia, del Estado, de la formación de
ciudadanía y de las identidades colectivas, la historia
específica del campo jurídico y legislativo.[6]
Con
lo dicho hasta aquí, sólo hemos tratado de destacar algunas
concepciones que, al revalorizar la idea del derecho, resaltan lo
incorrecto que resulta representárselo como “embrollo o enredadera
legal”. Como ilustración, de modo contradictorio se ha
expresado Iván Márquez quien, en unos mismos tiempos, ha hablado de
“maleza leguleya” y de la urgencia de que “el proceso de
paz genere un nuevo derecho.[7]
Pero,
si en alguna parte, debe resaltar una nueva concepción del
Derecho y de lo Jurídico es en la aplicación de la Justicia
Transicional como forma excepcional y extraordinaria de agenciarlos.
Es claro que, para el caso nuestro- el del proceso de
negociación política de un cincuentenario conflicto interno armado
en el que ninguna de las partes ha ganado la guerra- no
puede tener como referente normativo y regulatorio central el Derecho
positivo colombiano aun suponiendo que éste- lo que no es
válido- estuviese inscrito en la más substantiva y rica
concepción de lo jurídico. Quiéralo o no quiéralo el gobierno, si
con las Farc está negociando es porque le ha reconocido, de
hecho, el derecho que tuvieron cuando se rebelaron siendo
por esto precisamente por lo que el referente central de la
negociación no es el Derecho Penal colombiano sino, más bien, una
forma excepcional de Justicia que como la Transicional, de entrada,
reconoce que un proceso así se torna inviable sin una dosis
dada de impunidad.
En
nuestro concepto, el pie jurídico de la Justicia Transicional
aplicable en Colombia no debe estar definida por una Justicia
punitiva y vengativa sino, sobre todo y ante todo, restaurativa
e imaginativa e inspiradora, que sembrada en el corazón del
12% de la población, o sea en el de los seis millones de
víctimas de todas las condiciones y categorías que ha dejado
el conflicto armado interno, se abra como olorosa y sanativa
flor, a la reconciliación colectiva, una de las cuatro dimensiones
centrales de un proceso de gestación de paz integral. De no
ser así, dificultoso será que los diálogos de la Habana sean
exitosos y, por eso, dentro de unos cinco o seis años en
Colombia podría haber el doble de víctimas, pues ése parece ser el
dilema: O negociación hoy o la más impredecible y quizás
imparable y desregulada re-guerra mañana.
Como
resume, en las actuales negociaciones de la Habana el referente
regulatorio y axiológico central de la Justicia Transicional no
puede ser el Derecho Penal colombiano sino una Justicia
Restaurativa Reparadora, Imaginativa e
Inspiradora, así con mayúsculas subrayadas todas las
adjetivaciones.
Pero,
el Derecho Humanitario Internacional también ha sido conceptuado
como “maleza jurídica”. Entonces, habría que hacer “a un lado
los actuales entramados jurídicos internacionales”. Se trataría
de sacarle el cuerpo, sobre todo, a Tratados que, suscritos por
Colombia, señalan que, para los delitos de lesa humanidad, no
caben los dispositivos clásicos del indulto y de la amnistía.
Por muchas razones, una conducta así no es correcta, primera,
porque en materia internacional también debe incidir la ya
señalada nueva concepción, del derecho; segunda, porque la
Justicia Transicional es un componente del DIH ligado, en su propia
concepción intrínseca, a los derechos de las víctimas; y
tercera, porque en este mundo cada vez más globalizado, los
Tribunales Internacionales de Justicia han venido adquiriendo una
enorme centralidad teórica y práctica y entonces los que quedarían
en el vacío serían los acuerdos que se pacten en La Habana que, en
el momento menos pensado, podrían verse cuestionados.
Claro
que los delitos de Lesa humanidad, que nos ofenden a todos los
humanos, ni siquiera han sido tipificados en el Derecho positivo
penal colombiano; aún más, los Tratados suscritos por Colombia en
relación con los crímenes de guerra y de lesa Humanidasd tampoco
prescriben que la pena aplicable a quienes los cometen tenga que ser
la cárcel. Algunos sueñan con poder observar a Timochenko
vestido a rayas y otros también sueñan forrando con una
vestimenta así a los militares autores de los atroces falsos
positivos, pero eso no podrá ser así no porque en la Habana vaya
haber una impunidad total pactada- que habrá penas para los
máximos responsables de los delitos de lesa humanidad,
claro que las tendrá que haber por las razones ya señaladas- sino
porque la justicia en el contexto “de una negociación para ponerle
fin al conflicto es algo mucho más complejo que definir
si habrá o no habrá cárcel”.[8] Lo colocamos de
relieve: nada de lo anterior podrá definirse mientras no
haya un acuerdo concreto sobre el modelo específico de
Justicia Transaccional que habrá en la Habana, asunto sobre el cual
mucho se ha discurseado pero que todavía no ha sido objeto de un
debate centrado. Sobre la materia cada parte, de modo
autónomo, ha adelantado algunas posiciones iniciales que, al
constituir el punto de partida de una negociación, son siempre
extremas y cerradas. Por ahora, Santos ha adelantado, “no
queremos firmar un acuerdo que luego sea desmontado en las cortes”;
y aunque algunos guerrilleros, micrófono en mano, han declarado que
no pagarán ni un día de cárcel, otros, por ejemplo, Pablo
Catatumbo, han dicho que están dispuestos a ser juzgados si lo son
también “Presidentes y Ministro de Defensa”. Ya se verá cómo
empiezan a modificarse esos primerizos discursos cuando, de parte y
parte, entren a jugar las necesidades y los intereses y se pacten
unas penas realistas, que no pongan en peligro la negociación. De
todas maneras, podrá pensarse en penas alternativas, efectivas,
como, por ejemplo, una reclusión temporal domiciliaria o en otro
sitio que no sea cárcel, y simbólicas, a guisa de
ejemplo, la realización durante un tiempo dado de alguna forma
efectiva y consistente de ejercicio catártico con las víctimas o la
realización en Zonas de Defensa Campesina de un trabajo sistemático
en obras de beneficio comunitario. Lo importante en este caso
como equitativo, es que para los delitos de lesa humanidad, la
penas alternativas cubran a los distintos tipos de victimarios de
acuerdo con los grados y calidad de las responsabilidades de cada
quien.
Pero,
no se trata solamente de la concepción que se tenga de lo jurídico
como dimensión importante de lo social, sino también de la
importancia política y ética de lo jurídico como una de las
“patas” de una Justicia transicional, que en este 2015 busca
posibilitar una negociación política de un ya casi sesentón
conflicto interno armado entre un Estado, que necesita negociar
y unas guerrillas, que también lo requieren, aunque no han
sido militarmente derrotadas. Es decir, se trata también de la
importancia política y ética de lo jurídico en un proceso
eminentemente político. Sobre la materia, no podemos sino estar de
acuerdo con el profesor Rodrigo Uprimny de la Universidad Nacional de
Colombia,
“Las
Farc y el expresidente Gaviria…creen que un acuerdo de paz es
simplemente un pacto político que luego unos buenos abogados dotan
de una forma jurídica apropiada. Pero la cosa es más compleja, pues
en las últimas décadas el derechos internacional ha impuesto
límites a lo que es posible acordar en un proceso
de paz, que son esencialmente que los derechos de las víctimas
sean satisfechos hasta donde sea posible, lo cual incluye el deber de
que rindan cuenta los responsables de las atrocidades, o al menos,
los máximos responsables. Esas limitaciones no son una ‘simple
enredadera jurídica’ “primero porque tienen una profunda
justificación ética, pues “un acuerdo de paz que desconozca
los derechos de las víctimas no es totalmente justo, incluso
si es exitoso y logra sacarnos de la tragedia de la guerra” , y
segundo, porque “esas limitaciones no son simples hojas de
papel que se puedan ignorar, sino que son una realidad política: un
acuerdo de paz que ignore los derechos de las víctimas no tendrá
ninguna solidez ni estabilidad jurídica pues podrá ser cuestionado
exitosamente ante tribunales colombianos o tribunales
internacionales…Es cierto que el proceso de paz con las
guerrillas es esencialmente político. Pero, la única forma de
que alcancemos un acuerdo que sea ético y sostenible jurídica
y políticamente es que logremos
una fórmula de justicia transicional, que sea sensible a las
exigencias políticas de la paz, pero igualmente sensible a los
derechos de las víctimas”. [9]
4. LOS
DIÁLOGOS DE LA HABANA: SITUACIÓN ACTUAL Y PERSPECTIVAS.
En
estas primeras semanas de marzo del 2015, Colombia se avecina,
encontrándose todavía un poco alejada y con muchas y variadas
amenazas encima, a una histórica y muy compleja etapa, la de
la ya oficialmente bautizada etapa “postconflicto” y que en este
Ensayo, para evitar equívocos conceptuales y prácticos, vamos a
denominar etapa “postconflicto interno armado”, o mejor, etapa
“post-acuerdos La Habana”. Si quisiéramos encapsular en unas
primeras generalizaciones [10] lo que en los
últimos 26 meses ha acontecido en la Isla de Martí entre los dos
equipos de negociadores, las condensaríamos así advirtiendo, eso
sí, que en ellas se encuentra subsumida, todavía como ideal o
ideario, la noción de Paz Integral con
cuatro subnociones, que permiten pensar las cuatro dimensiones
centrales de ella, vale decir, 1.pacificación; 2.paz
positiva; 3.reconciliación; y 4. La construcción
de una cultura ciudadana democrática:
… de
la Habana no saldrá una barcaza cargada de la paz
integral, mas
sí una primera y muy importante pacificación- o
dejación de las armas por parte de uno de los insurgentes - untada
de unas pequeñas dosis de paz
positiva asociadas,
1.a un cambio en la estructura de tenencia y uso de la tierra
destacando que se apeló a este lenguaje técnico para no
asustar a nadie con la palabra reforma agraria, que
afectaría a unas 10 millones de tierras ociosas en manos de
terratenientes improductivos; 2.a un avance en la democratización
del régimen político al permitir la presencia de un nuevo actor, es
decir, de las Farc convertidas en partido político legal dotado del
programa que considere más coherente con sus idearios; y
3. a una retirada de esa guerrilla del mundo del narcotráfico y de
las armas. Entonces, en materia de pacificación y de construcción
de paz positiva, hasta allí irá todo. Esto no obstante, en estos
más de dos años, los Diálogos de la Habana han funcionado
como una magnífica coyuntura histórica de oportunidad para
esclarecer e iluminar varios horizontes centrales y
estratégicos, a saber: 1. que en Colombia la construcción
de paz integral,
la asociada a la equidad social, sólo podrá ser obra del movimiento
social popular por la paz que, en sus dinámicas y procesos
territorialmente locales y regionales, tendrá que arrastrar a
los gobiernos en esa dirección; 2. que si bien en esta
coyuntura las víctimas colectivas , de muy distintos tipos de
victimarios, han venido dando un importante paso adelante en materia
de reconciliación,
ésta sólo irá tomando forma, en el mediano y largo plazo, a
través de largos y variados procesos catárticos ligados a construir
perdón, personal y colectivo, a partir del
establecimiento de la verdad y de una reparación humanamente
satisfactoria; y 3. que durante estos 26 meses la Habana ha
funcionado, por otra parte, como una excelente y
muy didáctica maestra que ha empezado a enseñarnos
a todos, a los niños y niñas sobre todo, que los “enemigos” no
existen para matarlos sino para “conversar, dialogar, arreglar y
convenir con ellos”; a este respecto, los colombianos como que
hemos empezado a avizorar que, más allá de la históricas
violencias políticas, existen otros métodos estratégicos para el
manejo de la inevitable y siempre presente conflictividad
social: Los métodos ligados a la gestación y vigencia social
de una Cultura
ciudadana democrática,
de la que todavía carecemos en nuestra sociedad.
Entonces,
de la Habana saldrá “una pacificación”, faltando todavía
muchas “otras”; saldrá también “un poquito de paz
positiva”, faltando todavía “casi toda”; emergerá, además,
“un asomo de reconciliación”, el que será apenas
una islita en el proceloso mar de odios y venganzas e
intolerancias, que nos han caracterizado; pero, más allá de tantos
“pocos”, como ideal se destacará un “mucho”
pues, el proceso de diálogos en su conjunto nos han
evidenciado la necesidad de que los colombianos empecemos a
construirle otros caminos de salida a la siempre humanamente
necesaria y enriquecedora conflictividad social, pues como nos
lo escribía hace tres décadas el siempre vivo y actual Estanislao
Zuleta,
“porque
si se quiere evitarle al hombre el destino de la guerra hay que
empezar por confesar, serena y severamente la verdad: la guerra es
fiesta. Fiesta de la comunidad al fin unida con el más entrañable
de los vínculos, del individuo al fin disuelto en ella y liberado de
su soledad, de su particularidad y de sus intereses; capaz de darlo
todo, hasta su vida. Fiesta de poderse probar sin sombras y sin dudas
frente al enemigo perverso, de creer tontamente
tener la razón y de creer más tontamente aún que podemos
dar testimonio de la verdad con nuestra sangre…Cuando
Hamlet se reprocha su indecisión en una empresa aparentemente clara
como la que tenía ante sí comenta, ‘Mientras, para
vergüenza mía, veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres
que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro
como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es
incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente
sepultura para tantos cadáveres’. ¿Quién ignora que éste es
frecuentemente el caso? Hay que decir que las grandes palabras
solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi
siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera
colectiva…Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de
los conflictos, de
su inevitabilidad y conveniencia, arriesgaría
paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha
por una sociedad más justa, organizada y racional, yo
le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad
capaz de tener mejores conflictos. De vivir, no a pesar de ellos,
sino productiva e inteligentemente en ellos. Qué sólo un pueblo
escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es
un pueblo maduro para la paz”. (Subrayados
nuestros). [11]
Por
fortuna, fortuna todavía tambaleante en esta coyuntura del
2015, Colombia, tras 70 años de borrachera bélica colectiva - de
unos alegremente “insurgiendo” y de otros más alegremente
“contrainsurgiendo” casi como un festivo estilo de vida -
como que ha entrado en una fase de “guayabo o resaca político
moral” en la que, al sentir y evidenciar que ya no hay territorio,
ni físico ni mental, donde colocar el pie sin mancharlo de sangre,
por vez primera ha empezado a pensar en serio en la posibilidad de
manejar por otras vías, distintas de las de la violencias políticas,
su inmensa conflictividad social. No es que, de modo necesario, el
país entero esté apuntando en esa dirección, pero nunca en una ya
larga historia de negociaciones frustradas del conflicto interno
armado[12], se había avanzado tanto hacia una primera e importante
y efectiva pacificación. La negociación ha avanzado, pero
todavía puede regresarse. Todo parece indicar que al iniciarse el
actual ciclo 35 en esta semana de abril de postsemana santa, no
obstante haberse avanzado en los puntos agendarios de las víctimas,
el tema concreto del Modelo específico de Justicia
Transicional a aplicar, todavía no ha sido objeto de un tratamiento
centrado y, de ahí que, por ejemplo, Pablo Catatumbo insista en
posturas propias de un punto de partida,
“A
los delincuentes comunes no se les aplica el Protocolo II de Ginebra,
como a los rebeldes no se les puede dar el tratamiento diseñado
para bandas criminales, ni el derecho penal del enemigo”.[13]
Como
generalizaciones descriptivas adicionales válidas de este proceso de
más de dos años, se pueden destacar las siguientes virtudes, que
deben ser examinadas en el contexto de lo que son y han sido los
principios, las lógicas y prácticas asociadas a todo proceso de
negociación:
1. La
metodología de negociación utilizada ha sido correcta ateniéndose
al juego dialéctico entre posiciones iniciales muy
cerradas y las lógicas de las necesidades
e intereses de cada parte. Un primer e importante
ejemplo.[14] En los ciclos iniciales cuando se debatía sobre el
desarrollo rural integral, mientras las farc partían
demandando una reforma agraria rural radical que “afecte al
conjunto del latifundio incluido el comercial empresarial”, el
equipo negociador del gobierno se encerró en la posición
de “nada de reforma agraria”; entraron a jugar entonces,
sin explicitarlas, las razones por las que a cada parte le
urgía negociar- para el gobierno, brindarle protección al
capital extranjero que llegaba a invertir en la economía
extractiva y para las farc, la necesidad de cambiar las balas por los
votos como forma de hacer socialmente más eficaz su quehacer
político- confluyendo uno y otro en unas posturas más
flexibilizadas que favorecían los intereses distintos de
gobierno y guerrilla: mientras para el gobierno esa era la ocasión
para incorporar a la producción diez millones de hectáreas que,
improductivas, permanecían en manos ociosas de hacendados y
terratenientes, para las Farc esa fue la ocasión de recoger su ideal
y promesa de una reforma agraria. Se produjo así un primer acuerdo
informal: el de una reforma de la estructura de tenencia y uso
de la tierra. Ahora 17 de marzo del 2015, al entrar los negociadores
en el ciclo 34 de los diálogos, algo similar está ocurriendo
con la forma de manejo y de aplicación de la Justicia transicional.
Como postura inicial, las Farc han partido afirmando la no
aplicabilidad de la Justicia Transicional en Colombia – ésta,
dijo Iván Márquez en teleconferencia desde la Habana en el Foro
organizado en Londres por la ONG “Justice for Colombia”,
no cabe para el caso colombiano, que no es el de la transición de
una dictadura a la democracia sino el de la negociación de un
conflicto interno armado- hablando, más bien, de una Justicia
Especial, que partiese reconociendo el derecho a la rebelión, “lo
que el país necesita, afirmó Márquez, es una justicia distinta que
le dé confianza para la paz”. En su concepto, el proceso de
negociación debe contribuir a esclarecer y afianzar el delito
político que, en términos de justicia, “tiene como recursos el
indulto y la amnistía, para que a través de estos mecanismos se
puedan encontrar los caminos del entendimiento”. [15]
No
se trata de enfrascarse en un debate estéril sobre la
pertinencia o no pertinencia conceptuales de las apreciaciones
de Iván Márquez, sino, más bien, de resaltar que ésta ha sido la
postura radical, con apariencia de definitiva, al terminar el
ciclo 33 de los Diálogos de la Habana. El gobierno, por su
parte, ha insistido en una Justicia Transicional que, al no estar
montada sobre una impunidad como la apresada en la expresión
de Márquez “para los guerrilleros cero cárcel”[16] ,
conduzca a las Farc a reconocer su condición de victimarios, a pedir
perdón públicamente, al reconocimiento de la verdad, a la
reparación satisfactoria de las víctimas y a garantizar la no
repetición mediante una dejación de las armas, que sea total,
transparente y verificable.[17] Entonces, también en este caso,
presumiendo ya la voluntad política común de negociar, a
partir del ciclo 34 entrarán a jugar las necesidades e
intereses de parte y parte para hacerse concesiones, que permitan
construir un complejo y dificultoso acuerdo, expresión de
posiciones más abiertas sobre la aplicación en Colombia de la
Justicia Transicional.
2. Una
segunda virtud de los Diálogos de la Habana ha consistido
en haber sido el resultado de una negociación de la negociación,
que permitió, en una fase exploratoria, acordar una Agenda acotada
que, de entrada marcó los límites y limitaciones de lo que
hemos llamado “una pacificación parcial untada de una cierta dosis
de paz positiva”; fue así como el contenido de la agenda
pactada quedó subordinado a la situación de las relaciones
políticas y militares vigentes en un territorio colombiano de guerra
mucho más estrecho que el que existía una década atrás cuando se
produjo la frustrada experiencia del Caguán ahogada por una agenda
de paz positiva cercana a una “revolución social”.
3. Otro
mérito destacado de los Diálogos de la Habana como experimento
político, ha sido el no haber dejado suelto el
componente del Estado como fenómeno de fuerza, el de los
Administradores de la legitima coerción, tal como había
sucedido en las anteriores experiencias de negociación; ahora “los
Generales” han tenido presencia desde un principio, en su momento
conformaron Comisiones especializadas para discutir con los
negociadores de la guerrilla los asuntos más técnicos de la guerra,
y finalmente, cinco Generales y un Almirante viajaron a la Habana a
un conversatorio con los dos equipos de negociadores. El Ministro de
Defensa, Juan Carlos Pinzón, como ninguno celoso y puntiagudo
guardián del peso de lo militar dentro de la estructura del Estado,
le explicó a sus ciento veinte mil subordinados que ese selecto y
experimentado grupo había viajado a la Habana a apoyar a
la Subcomisión encargada de cristalizar el des-escalamiento
del conflicto interno armado teniendo en mente aclimatar un
futuro cese bilateral con las Farc. [18]
4. Aunque
los apoyos internos ciudadanos a los diálogos han mejorado de modo
notable en las últimas semanas- para el 7 de marzo del 2015 el
72% de los entrevistados contestó que había sido un acierto del
gobierno haber iniciado los Diálogos de la Habana[19]- , sin
embargo, el gobierno de Santos ha aprovechado el hecho de que
internacionalmente Colombia ha sido reconocido como una economía de
tasa media alta[20], para agenciar muchos pasos, en falso o por lo
menos en el vacío buena parte de ellos, orientados a
posibilitar el ingreso de Colombia a la OCDE, El Club de las Países
ricos y de la buenas Prácticas, idea e ilusión que ha permitido
redondear fuertes apoyos externos al proceso de pacificación. [21]
5. Pero,
dos han sido las fallas más notorias y notables de esta experiencia:
de una parte, el no haber logrado en algún momento animar el
despegue de unos diálogos con el ELN, organización quizá más
importante en lo político social que en lo militar, y que,
más que como una clásica guerrilla, ha operado como un partido en
armas altamente sensibilizado por las ideologías y prácticas
asociadas a la realización de un trabajo político orientado a
jalonar la movilización social[22]; y de la otra, la precaria
pedagogía que se ha hecho orientada a corregir los imaginarios
ciudadanos bélicos negativos y perversos y anti-verídicos,
inyectados, de modo permanente, por buena parte de los Mass Media y
por los enemigos de la pacificación.
Si
desde hace 26 meses, desde los primeros ciclos de los diálogos,
los Atisbos Analíticos advirtieron que si se producía un
acuerdo informal alrededor de algún tipo de reforma agraria- que no
la habido habido nunca en la historia de Colombia- era muy posible
que los diálogos, en medio de flujos y caídas y reflujos,
empezasen a adquirir vida propia , sin embargo, en la coyuntura
actual, en la que se vivirá a partir del 34 ciclo en este mes de
marzo, si no se produce una concertación entre las dos partes
en torno a las formas concretas de aplicación de la Justicia
Transicional en Colombia para este caso específico del conflicto
interno armado, es muy posible que esta experiencia no
sea exitosa como actualmente se espera. Crucial, es entonces, este
momento de los diálogos,
…aún
no me atreveré “a decir que el proceso de paz es irreversible”;
no estoy en condiciones de “asegurar que vamos a tener
éxito”, pues, aunque se han logrado grandes avances, “aún hay
retos importantes por asumir para terminar el conflicto armado”,
dijo en estos días en un Foro Humberto de la Calle
Lombana, coordinador del equipo negociador del gobierno; y hace
apenas un mes Conor Murphy, diputado de Sinn Fein en el parlamento
británico y uno de los participantes en el ya citado Foro de
Londres, declaró, ”el tema de la justicia sin duda es el más
difícil dentro de una negociación de esta naturaleza” y, por lo
tanto, las partes “tienen que encontrar los mecanismos
necesarios para dejar atrás el conflicto y darles a las
víctimas algún sentido de Justicia”.[23] Y por esa misma
fecha, el 18 de febrero, Sergio Jaramillo, quizá el más
orgánico de los negociadores oficiales, señaló: “En los próximos
meses, sabremos si realmente habrá paz o no. Yo tengo la
convicción de que llegamos al punto crítico del proceso. Este
es el momento de las decisiones…La paz con las Farc sólo podrán
ser una realidad…si logramos con ellas un acuerdo razonable en
materia de justicia (transicional)”. A Jaramillo lo reafirmó
Santos al destacar, “El proceso entró en una fase decisiva,
en la cual la justicia transicional es uno de los temas más
complicados en la negociación”.[24] Y para no sobreabundar,
escuchemos a la analista comunicadora María Elvira
Samper diciendo que, “tengo la impresión de que el proceso
de la Habana ha entrado en su etapa más crítica, más
compleja y con más riesgos de ruptura, pues la nueva ronda de
conversaciones enfrenta la discusión sobre las víctimas, sin duda
el punto más sensible de la agenda y, si se quiere el momento de la
verdad. La prueba ácida de la verdad para las Farc, para establecer
si tienen o no la disposición de reconocer que han dejado
numerosas víctimas y que su deber es confesar la verdad sobre las
atrocidades cometidas y repararlas para sanar de alguna manera el
daño causado”. [25]
Pero,
complementando a Maria Elvira Samper, digamos, que a partir de este
34 ciclo del proceso, éste ha entrado en un momento crítico, pero
para todos los victimarios, llámense guerrilleros, paramilitares,
agentes del Estado o civiles patrocinadores y financiadores de
múltiples atrocidades…etc. No podrá olvidarse que el Consejo de
Estado ha clasificado los más graves crímenes de guerra y de
lesa humanidad en los últimos 25 años: registradas se
encuentran en un texto de 292 páginas 160 providencias
expedidas en las últimas dos y media décadas en las que se
registran graves violaciones a los derechos humanos y al DIH y aunque
en los casos seleccionados el Estado sale mal
librado, ellos no quiere decir que se trate de acciones u
omisiones exclusivamente de la Fuerza Pública o de
instituciones oficiales; por el contrario, muchos de los sucesos
incluidos tienen que ver con hechos perpetrados por
guerrilleros y paramilitares que, al ser evaluados por la
Justicia administrativa, se concluyó que “la cobertura del Estado
fue insuficiente y, de una manera u otra, permitió fatales
desenlaces”. [26] O sea que el Estado también ha sido
responsable por omisión, por una cobertura insuficiente de sus
obligaciones, o por acción, de acuerdo con la Oficina del Alto
Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU, entre el 2004 y el
2008 en Colombia hubo tres mil víctimas de falsos positivos.[27]
Como
en los últimos dos meses, nunca sobre los Diálogos de
la Habana había caído una llovizna tan funcional y
refrescante de acciones positivas; ha habido unas buenas
bocanadas de humo blanco. Para destacar[28],
***
Al terminar el ciclo 33, la Pacificación se internacionalizó:
llegó al país el exsecretario general de las Naciones Unidas, Kofi
Annan, quien se reunió con el presidente Santos y luego se fue a
Cuba a conversar con los dos Equipos de Negociadores; vino también
Bernard Aronson, el observador designado por Obama, y uno de los más
importantes facilitadores de los procesos de paz centroamericanos;
también estuvo unas semanas en Bogotá apoyando el proceso de
paz el expresidente de Costa Rica, Oscar Arias; se recibió también
el respaldo de Alemania y para esos efectos vino Bogotá su Ministro
de Relaciones Exteriores, Frank Walter Steinmeier; y ni corto ni
perezoso, el presidente Santos se fue a España logrando conformar un
fuerte pool de defensores internacionales muy alrededor del
presidente Mariano Rajoy, quien se comprometió “a través de
su Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García, a
impulsar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el apoyo
necesario para blindar los acuerdos a que se llegue en la Habana,
sobre todo en materia de Justicia” .
Como
consecuencia de este sólido robustecimiento de los apoyos
exteriores a los Diálogos de la Habana, ahora la oposición
liderada por Uribe Vélez se ha visto obligada a decir que ella
también es amiga de la paz, aunque todas las acciones que realiza
continúan siendo signadas por la ANTI-PACIFICACIÓN en la
Habana.
***En
este nuevo contexto de cualificación de los apoyos
internacionales, en el interior del país las simpatías por el
proceso subieron diez puntos: para el 7 de marzo del 2015 el
72% de los encuestados consideró que había sido un acierto de
Santos haber iniciado esos diálogos, y ahora, el 69 %,
cuanto antes sólo lo había sido el 58%, consideró que era
preferible salir del conflicto mediante la negociación que a
través del recurso a las armas. (Encuesta GALLUP)
***Estos
cambios parecen haberse iniciado, sobre todo, a partir de las
acciones de la guerrilla asociadas a un cese unilateral y definitivo
al fuego, que no a todas las hostilidades, y a abstenerse de
reclutar guerrilleros menores de 17 años, accionar éste al
que varias organizaciones civiles le han hecho un seguimiento
sistemático con resultados muy positivos. [29]***Importante fue
la decisión de desminar los territorios- puede ser uno de los
inicios para desminar los corazones- a través de un trabajo a mano a
mano entre técnicos, militares y guerrilleros “desuniformados”.
***Teniendo
en el horizonte el cese bilateral del fuego, el gobierno decretó que
durante un mes no habría ataques a los campamentos de las Farc,
medida que se podía ampliar después de una evaluación de
resultados. En esta segunda semana de abril, el gobierno ha ampliado
a otro mes más los no ataques a los campamentos de las Farc.
***
El 4 de marzo un grupo de seis Generales y un Contraalmirante
viajaron a la Habana a hacer sus contribuciones a la Comisión
Técnica para el Fin del Conflicto, en la que participan también
Comandantes guerrilleros. En reunión a puerta cerrada, así los
recibió unos de los militarmente duros de las Farc, Joaquín
Gómez, en un encuentro en el que apenas se está empezando a
gestar la difícil transición de la relación amigo-enemigos a la
relación amigo-adversarios,
“Quiso
el azar que los aquí presentes personifiquemos este
encuentro entre adversarios que por más de 50 años se han
confrontado en los campos de batalla. Quienes nos sentamos de este
lado de la mesa, nos sentimos honrados de estrechar la mano de tan
distinguida delegación … y no dudamos en expresarles nuestro
reconocimiento y respeto de compatriotas…Detener esta
tragedia , es la tarea que nos han impuesto los más altos
intereses de la patria. Terminar una guerra como la que nos hemos
visto obligados a protagonizar desde orillas opuestas, es la más
importante e histórica misión que nos pudieran haber
encomendado. Estamos seguros que las dos partes sabremos cumplirla y
honrar la confianza que en nosotros han depositado las
generaciones presentes y futuras. Un cese al fuego bilateral
inmediato, verificado por instancias nacionales e internacionales, es
un imperativo ético para las partes…Silenciemos ya los fusiles y
que la próxima vez que se vuelva a escuchar su ruido ensordecedor,
sólo sea para anunciar con su salva el amanecer del
nuevo día para Colombia. [30]
Con
éstos, y otros muchos eventos auspiciosos, fue como terminó
el ciclo de paz 33, pero, pensamos que a partir del ciclo 34, que ya
se ha iniciado, hechos como los anteriores no sobreabundarán,
por lo menos hasta que se produzcan unos acuerdos que hagan viable la
aplicación de una forma histórica concreta de Justicia
transicional a los Acuerdos de la Habana.
En
nuestro concepto, mientras esto no ocurra, en la Habana no habrá
otros acuerdos informales substantivos; y sin acuerdos en torno al
Modelo de Justicia Transicional, los tiempos de las conversaciones en
la Habana empezarán a extenderse hasta un final nada feliz.
SEGUNDA
PARTE
ALGUNAS
CONSIDERACIONES CRÍTICAS GENERALES DEL TRABAJO ACADÉMICO DE
LA COMISIÓN HISTÓRICA DEL CONFLICTO Y DE LAS VÍCTIMAS.
Para
empezar digamos que se ha tratado de Informes en los que los autores
han puesto de sí lo mejor de su condición de investigadores,
pero también lo más subjetivo y respetable y valioso de
su condición de ciudadanos políticamente comprometidos. Y
esto así sucedido, ha estado bien, pues se ha tratado de seres
humanos estudiando una de las mayores y más sensibles y más
impactantes tragedias de un colectivo de seres humanos del que
hacen parte, y, por lo tanto, estamos en el caso de ciudadanos
investigadores estudiando su propia tragedia. Ha
sido por eso por lo que nos han presentado no doce sino catorce
valiosas interpretaciones académico-políticas muy personales,
y por lo tanto, plurales. En los últimos meses en Colombia
como que ha sido más fácil unir a los militares, allá estuvieron
en la Habana y charlaron con los guerrileros, y aún a los
políticos - con excepción de uno y de los que lo siguen- los demás
aceptaron hacer parte de la Comisión Asesora de Paz creada por
Santos- que a los intelectuales. Pero, no es que entre esos 14
Informes no hayan consensos, temáticos y aún interpretativos, pero,
es que, primero, estamos de cara a algo muy voluminoso como para que
sirva de referente centrado, 807 páginas, y segundo, las
conclusiones de los estudios, que si las hemos examinado con cuidado,
nos han resultado poco operativas para inferir de ellas
respuestas convergentes a nuestra preocupación central:
¿Cómo
historicizar en este 2015 la aplicación de la Justicia
Transicional en Colombia para hacerla viable con efectividad
política, social y cultural en las actuales negociaciones de
la Habana ?
Ha
sido pertinente que los dos relatores, Victor Manuel Moncayo y
Eduardo Pizarro, hayan presentado su propio Informe, pues los
necesitaban para desde ellos leer los de sus colegas, sin embargo,
una vez esbozadas sus propias interpretaciones, deberían haber
sistematizado los consensos y disensos, tanto en los Enfoques
como en las temáticas y las fuentes utilizadas,
recogiéndolos en un texto condensado, ágil y pedagógico, que
invitase a la ciudadanía a leerlo. Al no verse abordado un manejo
así, se fortaleció la imprescindible dosis de
subjetividad presente en todo estudio social, pues es
bien sabido que toda “selección”- recoger lo que cada quien
escribió- es ya una reinterpretación personal de las
interpretaciones que se están presentando.
Esto
no obstante, creemos que algunas de las presentaciones que ciertos
académicos han hecho de esos Informes no han sido las más
afortunadas, sobre todo la publicada por Salomón Kalmanovitz, en la
que, de modo sesgado, ha parecido favorecer al grupo de
estudiosos seleccionados por el gobierno. Para evitar situaciones
como ésta, los informantes deberían haber sido seleccionados uno
por uno como resultado de un acuerdo entre los dos Equipos de
Negociadores, pero así no sucedió, pues cada Equipo escogió,
por separado, seis investigadores y un relator. Esta forma de
proceder alimentó todavía más la dosis normal de
subjetividad propia de la investigación social. Mientras que
Kalmanovitz reivindicó a un relator- “Eduardo Pizarro presenta un
Informe bien redactado, apoyado en gráficas y muchas
estadísticas”-, por no cuantitativista, descalificó al otro-
“Victor Manuel Moncayo presenta algunos datos dispersos, sin
ninguna organización con qué probar sus afirmaciones frecuentemente
descabelladas,,,y, al final de su relatoría, presenta 14 tesis,
muchas de ellas delirantes, amén de que afirma que la
responsabilidad de la violencia es sistémica (de todos y de nadie),
con el sorpresivo giro de que recae sobre el Estado”. Por otra
parte, al referirse a los académicos nombrados por el gobierno
destaca que “todos cuentan con estudios sobre historia del
historia del conflicto, como si la contraparte no los tuviese
aún más cualificados, y, lo más inequitativo en clave
académica, al hablar de los estudiosos seleccionados por la
guerrilla, Sergio de Zubiría, Padre Javier Giraldo, Jairo
Estrada, Renán Vega y Victor Manuel Moncayo , los expulsa de
la academia- “reniegan de la Ciencia Social, que busca
esclarecer la verdad”- exceptuando solamente a Darío
Fajardo, experto en asuntos agrarios, y a Alfredo Molano,
“literato” que siempre ha buscado ser “la voz de los
colonos”.[31]
Desde
comienzos del 2013, la guerrilla había solicitado que se creara un
mecanismo para el esclarecimiento de las raíces del conflicto, pues
consideraba que las versiones de historia que sobre la materia
circulaban, eran injusta con ella, y en efecto el 5 de agosto
de 2014 se creó “La Comisión de Histórica del Conflicto y
de las Víctimas”, CHCV, con el encargo de que 12 estudiosos
y 2 dos relatores produjesen unos Informes,
a.
sobre los orígenes y múltiples causas del conflicto;
b.
sobre los factores y y condiciones que han facilitado su
persistencia; y
c.
sobre sus efectos e impactos más notorios sobre la población.
Aunque
esta Comisión de Historia no era una Comisión de la Verdad, en la
que como condición sine qua non es imprescindible la voz de las
víctimas, sin embargo, no tenía el mero encargo de investigar para
iluminar la verdad académica, sino, también, el de contribuir a
ubicar responsables de los orígenes del conflicto, de su
persistencia y de sus consecuencias. Por lo tanto, no es pertinente
la declaración de uno de los relatores, Eduardo Pizarro, quien en
una entrevista le restó a esos Informas todo valor jurídico[32] que,
en nuestro concepto, si lo tienen, aunque no para judicializar
a alguien, sino para abrirle paso a la aplicación de la
Justicia Transicional enhebrada alrededor de los derechos de las
víctimas.
Pero,
antes de abordar la crítica de estos Informes, queremos
leerlos desde nuestra propia interpretación del conflicto interno
armado muy centrada, en una primera aproximación, en la delimitación
de los responsables políticos colectivos no de la persistencia
e impactos del conflicto armado, lo que será abordado en un segunda
etapa, sino de sus orígenes.
TERCERA
PARTE
OTRA
MIRADA SOBRE LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO INTERNO ARMADO: EL ESTADO
COLOMBIANO, LOS ESTADOS UNIDOS Y, EN MENOR GRADO, LAS FARC COMO LOS
MÁS IMPORTANTES RESPONSABLES POLÍTICOS.
1. TRES
NIVELES DE CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA DE LOS ORÍGENES DEL
CONFLCITO INTERNO ARMADO.
Para
efectos de una comprensión adecuada de los orígenes del
conflicto interno armado vamos a recurrir a tres niveles de
contextualización histórica:
A.
La Historia de las violencias políticas
contraestatales; B. El surgimiento y consolidación de un
“Estado” estructural e institucional y, con el
tiempo, culturalmente “Contraopositor”; y C. La
historia de las relaciones de Colombia con el Imperio
norteamericano.
A. Primer
Nivel de Contextualización histórica: La Historia de las Violencias
políticas.
Como
lo han señalado y destacado diversos historiadores -entre
ellos, por sus estudios al respecto, destacamos a Alonso Valencia
Llano[33]- en la historia colombiana no todos los conflictos,
contradicciones, controversias, pugnas, pleitos y peleas inherentes a
las distintas formas de la vida social ciudadana, se han traducido en
violencias de todo tipo como si los habitantes de estos suelos, de
modo anti-aristotélico e inhumano, por naturaleza hubiesen sido
violentos. Muy por el contrario, un largo listado histórico de
negociaciones, conciliaciones, acuerdos, pactos y convenios han
cruzado la historia del país para recordarnos que el ejercicio
de la violencia se aprende y se desaprende. Sin embargo, desde que
nuestros antepasados se despidieron de los españoles
reiterándoles, casi todos, distintos grados de fidelidad a la
Monarquía; desde que el modelo español de dominación colonial
entró en crisis en estos territorios; desde que emergió un
embrionario Estado llamado La Nueva Granada, es decir, desde hace
casi 200 años una forma de violencia ha sido casi una constante
aunque con algunos tiempos y espacios de reflujo y de relativo
reposo. Nos estamos refiriendo a las violencias políticas que, de
tiempo en tiempo, se han librado y se continúan librando alrededor
de las luchas políticas, ideológicas y simbólicas orientadas al
control y manejo del Estado. Se ha tratado de una constante histórica
de violencias políticas contra-estatales; en todas ellas, los
actores, las razones, las justificaciones, los alcances y las
consecuencias han sido distintas, pero el referente ha sido el mismo:
El Estado colombiano en un estadio diferente de evolución histórica.
En
muchos de los 223 Atisbos Analíticos que hemos escrito[34], hemos
esbozado una periodización de esa constante de
violencias políticas; de un total de 197 años de existencia del
Estado colombiano- 1818-2015-, cuatro etapas distintas de violencias
políticas contra-estatales han cubierto 143 años, con unas pausas,
que en su conjunto suman 57 años, así:
1. “El
Estado en Construcción”: 82 años del siglo XIX: su
forma de organización institucional territorial, si centralizada o
federal, estuvo marcada por 8 Guerras civiles de cobertura nacional (
las de 1840,1841, 1851, 1860-63, 1876-77, 1885, 1895 la de
1899-1903;
2. “El
Estado Disputado”: 11 años de mediados del siglo XX,
1946-1957: fue la etapa del clásico Conflicto interno
armado bipartidista entre conservadores y liberales: en una
etapa histórica en la el Estado- dadas la cuantía del
presupuesto manejado y su capacidad para crear y repartir puestos
públicos y su significación como aparato
ideológico-cultural, eficaz en marcarle un norte político
dado a la vida colectiva- , devino en un botín apetitoso, azules y
rojos se trenzaron en una lucha a muerte por definir quién se
quedaba con su control y manejo exclusivo y excluyente;
3. “El
Estado Cuestionado”: 50 años entre 1864 y 2015:
a partir de la génesis del Conflicto Interno Armado
subversivo y Contrainsurgente , Colombia entró a
medio siglo de una violencia política distinta, que es la que
en la actualidad se está buscando negociar en la Habana;
4. “El
Estado Escindido”: 20 años entre el 1995 y el 2015:
superpuesto y en relación parcial con El Estado Cuestionado,
en las dos última décadas ha ido tomando forma un Estado
entre moderno y pre-moderno: mientras en el nivel Central
actúa atento al discurso y a las prácticas propias de
la democracia liberal, en los niveles locales y regionales se
mueve combinando todas las formas de lucha, las legales y las
ilegales, las desarmadas y las armadas. Importa advertir que esta
subperiodización ha adquirido estatuto propio no obstante que
en la historia de Colombia la articulación entre legalidad e
ilegalidad, entre ley y terror ha sido casi una constante aunque no
con las expresiones extremas que ha alcanzado en la actualidad.
Rodrigo Uprimny ha sido muy prolífico en sus análisis sobre la
materia.
Claro
que cada una de estas cuatro etapas puede ser objeto de una
subperiodización particular, pero que, para efectos de esta
reflexión, no presenta especial importancia. Como podrá observarse
de entrada, nuestro objeto de estudio, los orígenes del conflicto
interno armado, constituye la tercera etapa de las distintas
violencias políticas que ha habido en la sociedad colombiana.
Señalarlo, de modo expreso, es importante para ilustrar que se trata
de una forma de violencia distinta de las otras tres, pero eso
no significa que para descifrar su carácter tengamos que
extendernos, de modo metodológicamente innecesario, hasta las 8
guerras civiles del siglo XIX como si de una de éstas se
desprendiesen factores explicativos de sus orígenes y dinámicas.
B. Segundo
nivel de Contextualización histórica: La Configuración de “un
Estado estructural e institucional y, con el tiempo, culturalmente
Contraopositor”.
Para
una más adecuada comprensión de los orígenes de la violencia
política subversiva contrainsurgente surgida en la primera parte de
la década de 1960, quizá sea más importante detenerse en este
segundo nivel de contextualización histórica. A lo largo de 105
años, consagrada y animada por la Constitución de 1886, en
Colombia tomó forma un tipo de violencia política ya no
contra-estatal sino eminentemente estatal. Fue así como desde
la Regeneración de 1886, sin que ninguno de los imperios mundiales
incidiesen en su aparición, tomó forma un tipo de
“Estado estructural e institucional y, con el tiempo,
culturalmente Contraopositor” que, con regularidad
y altísima eficacia práctica, actuó oponiéndose por
diversos medios,
1.
a toda crítica y cuestionamiento de fondo de los
gobiernos de turno;
2.
a toda movilización popular y ciudadana orientada a lograr
reivindicaciones sociales importantes; y
3.
a cualquier apuesta orientada a fundar un orden social
alternativo.
En
las distintas coyunturas más o menos “normales” se movió
siempre de modo represivo coercitivo pero, en otras
circunstancias según el grado de la afectación del orden
público o según la dificultad y necesidad subjetivas del
presidente de turno, ora convirtiendo el monopolio de la
legítima coerción en violencia estatal ora de modo terrorista ora
de modo contrainsurgente ayudado y asesorado ahora sí por el imperio
norteamericano.
Y
así sucedió desde 1886 cuando Colombia era todavía una
sociedad pre-capitalista en la que las relaciones sociales de
servidumbre eran las dominantes y así continuó sucediendo cuando,
entre 1904 y 1909, Rafael Reyes hizo un frustrado esfuerzo
orgánico de cinco años por empujarla a la modernización
capitalista[35] y nada se modificó cuando tras la Revolución
en Marcha de 1934-1938, no obstante las reformas de que fue objeto la
Constitución de 1886 durante el primer gobierno de López Pumarejo,
nada se hizo por desmontar ese tipo de “Estado
Contraopositor”. Afirmamos lo anterior porque todas las
sociedades, precapitalistas o capitalistas, siempre han integrado
márgenes de ley y de terror, de legalidad y de ilegalidad,
pero, como lo ha destacado Rodrigo Uprimny,
“creemos
que pocas sociedades han combinado así ‘el terror y la sangre’
(Tourraine), ‘el orden y la violencia’ (Pecaut), ‘los diálogos
entre caballeros’ (Wilde A) y el terror, como lo ha hecho Colombia,
un país que históricamente ha compaginado los extremos: el
mantenimiento de una cierta legalidad y una gran estabilidad en la
dominación política se articulan con la proliferación de formas
agudas de violencia, , tendencia histórica que se mantiene
pero actualmente con manifestaciones extremas”. [36]
Condensando
la hipótesis, digamos que en 1886 se estableció en Colombia una
República autoritaria como forma ideal de gobierno y esto se hizo
bajo el alegato nuñista, recogido por el conservador Miguel Antonio
Caro, de que con la Federación montada por los liberales en 1863 se
había dado lugar a un régimen político anárquico generador de un
continuo desorden y de una enorme incertidumbre colectiva
que, al animar la guerras civiles, había entorpecido toda
posibilidad de progreso económico. Entonces, se dijo, que si se
quería una sociedad en continuo progreso económico, había
que eternizar esa República autoritaria haciéndola… “perenne
e inamovible”[37], fueron las adjetivaciones que se
utilizaron. Para constitucionalizar ese horizonte de un orden
autoritario auto-sostenido en el tiempo, se levantó la idea de un
manejo adecuado, eficaz y funcional y operativo, de la
excepcionalidad necesaria para el abordaje del orden público. Se
pensó entonces en una institución llamada “estado de sitio”.
Esta debía ser constitucionalizada de tal manera que, en su
aplicación, garantizara esa posibilidad de una sociedad cercana, o,
por lo menos, no muy alejada de ese ideario de una República
autoritaria.
De
acuerdo con el artículo 211 de la Constitución de 1886, en casos de
guerra exterior o de conmoción interior, el Presidente, previa
audiencia, no vinculante, con el Consejo de Estado y con la firma de
todos los Ministros, podía declarar turbado el orden público
y en estado de sitio toda la República o parte de ella quedando
facultado para manejarlo según la discrecionalidad subjetiva
del presidente de turno viéndose eximido de la obligación de
abordarlo bajo los soportes constitucionales normales. Pero muy
pronto el Concejo de Estado se declaró inhibido para pronunciarse a
fondo sobre la constitucionalidad de esos decretos dejando así
abierta la primera puerta para su uso y abuso. A partir de
puertas abiertas como ésta y otras- como la de la consagración de
la supremacía de la ley sobre la Constitución, tal como se
prescribió en el artículo 6 de la ley 153 de 1887, aprobada
por el Consejo de Delegatarios[38]- las razones de la
declaratoria del estado de sitio se correspondió no sólo
con situaciones objetivas- real afectación del orden público- sino,
también, con criterios subjetivos de los presidentes de turno que
vieron en una salida así la mejor y más cómoda manera de abordar
problemas y dificultades y penurias, que nada tenían que ver con el
orden público.
Bajo
el amparo del estado de sitio, el gobierno colombiano intentó
controlar el avance de la subversión y de grupos al margen de la
ley, sin embargo, ese argumento se tradujo en la violación
sistemática permanente de los derechos humanos y de las
libertades ciudadanas por parte de los agentes del Estado. Fue
así como de los 105 años en que estuvo vigente la Constitución de
1886, durante 70 funcionó la declaratoria de ese estado de excepción
aplicado en la forma ya señalada, casi sin control
constitucional alguno. Sobre la forma de aplicación de este estado
de excepción, así se han pronunciado distintos
investigadores,
"En
el Estado de derecho colombiano, el autoritarismo se expresó en
estado de sitio permanente, arma jurídica empleada para neutralizar
los efectos políticos y sociales de la creciente presencia de masas
urbanas, convertidas en base de opinión y de electorado, por las
movilizaciones liberales."(Marco Palacios[39]); “…mientras
la casi totalidad de los países latinoamericanos estaban bajo
dictaduras militares, Colombia mantenía un Estado de Derecho; se
trataba empero de un régimen constitucional sui generis, ya que el
recurso permanente al estado de sitio hacía que en la práctica
no rigiesen los principios abstractos incorporados en al Constitución
sino una legalidad de excepción que restringía las libertades
públicas…El estado de sitio permitió entonces la creación de
delitos para controlar el orden público, el establecimiento de
medidas restrictivas de las libertades de reunión, de
circulación, de expresión, la limitación de las libertades
sindicales y, sobre todo, la detención y el juicio, mediante
tribunales militares de dudosa imparcialidad, de los opositores
políticos, de los líderes sindicales y de quienes encabezaran
determinadas formas de protesta social”.(Rodrigo Umprimny y Alfredo
Vargas [40]); de los 40 años corridos entre 1949 y 1990,
“Colombia ha vivido más de 30 años bajo legalidad marcial, la
cual si bien es jurídicamente un régimen de excepción y de
duración transitoria, conforme a lo señalado en el art.121 de la
Constitución, ha
devenido en la práctica un elemento normal y cotidiano de ejercicio
del poder político”. (Subrayado
nuestro. Gustavo Gallón[41]); Nuñez tenía la percepción de que
Colombia era un país “iconoclasta” donde los ensayos de
personificación caudillista del poder político- léase Bolívar y
Mosquera, “no habían podido fructificar. Por tal razón, previo
acuerdo con Caro, escogió un camino mucho más pragmático y sutil
para establecer un estado de excepción típicamente moderno, donde
la norma jurídica y la anomia jurídica se confundieran bajo la
apariencia del respeto a una Constitución que facultaba al
ejecutivo para suspenderla y supeditarla a sus
mandatos…No obstante, la fragilidad del consenso reunido por
los regeneradores y la conciencia que tenían de ella, los llevó a
implantar en la norma fundamental material la excepcionalidad
jurídica y política como forma alterna de gobierno”
(Subrayado nuestro. Leopoldo Múnera Ruiz[42]).
Y más
en consonancia con nuestra hipótesis sobre “El Estado
Contraopositor”, se encuentra el análisis de Camilo González,
“La
Constitución de 1991 fue una transacción entre visiones
socialdemócratas, socialcristianas, de liberalismo social con otras
de corte neoliberal. Pero en medio de un diseño vario pinto quedaron
elementos democráticos que hacen referencia con el
Estado del estado de sitio que se impuso por décadas para amparar
dictaduras, dictablandas y modalidades de un Estado para la
guerra”.[43]
Señalemos
ahora que esta segunda contextualización histórica nos permite
ubicar como distinta la violencia política que se desencadenó en
Colombia desde los inicios de la década de 1960 bajo la forma de un
conflicto interno armado y que constituye nuestro objeto de
reflexión. Tal como veremos, fue así como en esa etapa actuó
“El Estado Contraopositor” con la asesoría y la participación
de los Estado Unidos: de modo contrainsurgente. Pero, no cabe la
menor duda que, a mediados del siglo XX, cuando durante el gobierno
de Laureano Gómez, 1950-1953, la policía “chulavita” se apoderó
del aparato coercitivo del Estado para ponerlo a operar en
contra de la movilización popular post-gaitanista y a favor de
la conservatización a sangre y fuego de numerosas poblaciones
liberales, ese Estado Contraopositor, engendro de una declaratoria de
estado de sitio, actuó de modo terrorista. Un modo
similar de operar indudablemente terrorista, fue el que predominó
cuando en 1978 el gobierno de Turbay Ayala expidió el decreto 1923
más conocido como Estatuto de Seguridad. En diciembre de 1977,
varios Generales le habían demandado medidas más drásticas para
lograr el control del movimiento social y de la oposición política.
Entonces, sobre la base de ese estatuto se crearon nuevos delitos, se
agravaron las penas de los ya existentes y se trasladó al
conocimiento de los jueces militares el juzgamiento de civiles
incursos en conductas de leve connotación política. Aún más, como
lo destacó A. Wilde[44] , en muchas zonas del país, que habían
quedado militarizadas tras distintas formas de protesta social, lo
que se impuso fue la lógica del terror.
Lo
que pretendemos destacar con estas distinciones es que a lo
largo de esos 105 años de vigencia de la “institución del estado
de sitio”, aunque El estado Contraopositor siempre se
mostró predispuesto a “impedir”, a impedir la crítica y los
cuestionamiento de fondo a los gobierno de turno, a “oponerse”, a
oponerse a toda demanda de reformas sociales substantivas y sobre
todo, a las que reclamaban un orden social alternativo, sin
embargo, siempre lo hizo de un modo predominante distinto
según el carácter de los sucesos enfrentados, lo que no impidió
que de cara a determinadas categorías de la población
“protestadora” o a ciertas zonas militarizadas dadas,
simultáneamente lo hiciese con acciones complementarias o
secundarias de carácter distinto. Lo que no nos parece pertinente
es afirmar que siempre lo hizo del mismo modo, o
contrainsurgente o terrorista o apelando a la violencia estatal.
Claro que aplicado el estado de excepción, siempre actuó, como
mínimo, de modo represivo coercitivo buscando impedir la
instauración de una forma de gobierno muy alejada de la
República autoritaria de 1886.
Por
lo general, la historiografía colombiana ha señalado que la
Regeneración, como sistema político alrededor del cual se enhebró
ese orden autoritario y la institucionalidad de excepcionalidad que
posibilitó su auto-sostenimiento a futuro, duró hasta 1903. Esto no
obstante, en un largo Atisbos Analíticos, el 111 de marzo del 2010,
sostuvimos una hipótesis un poco distinta: Que la
Regeneración, en lo más medular de su letra y como cultura
política, se había prolongado hasta la Constitución de 1991 cuando
su institución central, la del estado de sitio, fue reformada[45].
Aún más, sostuvimos en ese Atisbos que, a partir del 2002,
con el acceso de Uribe Vélez a la presidencia, se buscó enhebrar
una segunda forma histórica de Regeneración. En 105 años, 23
Presidentes juraron defender la Constitución de 1886; en 70
ocasiones, que morigeraron su autoritarismo extremo y la acercaron a
instituciones más demo-liberales, fue reformada; esto no obstante,
nunca nadie propuso reformar la institucionalidad de excepcionalidad
que ella, imperturbable, arrastraba y que, casi incontenible,
arrastró siempre hasta 1991con elevada y perversa eficacia política.
Ni siquiera con la Revolución en Marcha de 1934, que fue cuando más
peligró su vigencia, alguien buscó y luchó por desmontar la
institución del estado de sitio. Como escribió Jorge Orlando Mejo,
“paradójicamente, ha sobrevivido en la medida que dejó de ser
ella misma…al dar gran importancia a los mecanismos de
facultades extraordinarias y de estado de sitio”.[46]
No
nos importa mucho introducirnos en el debate sobre si Núñez fue
o no fue traidor al partido liberal; por lo menos, hasta 1885,
antes de pasar a cofundar con Caro el Partido Nacional, fue un
liberal moderado, que manejaba un discurso moderno como el de la
exposición de motivos para la elaboración de una nueva
Constitución[47], que, en la práctica, la Regeneración se
encargaría de negar. Esto no obstante, desde muy atrás, desde 1868,
había empezado a enhebrar en su mente la idea de “El Estado
Contraopositor”, que tomó forma con la Constitución de 1886. Ya
en ese año Núñez analizaba que en su país había
intranquilidad colectiva asociándola al régimen político
instaurado en 1863 por la Federación liberal que, incapaz de
controlar la guerras, en la práctica las estimulaba generando
cada día que pasaba mayor desorden , intranquilidad y anarquía, lo
que había bloqueado las posibilidades de progreso económico; y en
1882 escribía que el país requería de un gran cambio que,
inspirado en la correlación conceptual orden-progreso, se asentara y
afincara sobre bases perennes e inamovibles. A una conclusión
teórica así había llegado al nacionalizar la idea
comptiana-spenceriana, que había asimilado en Europa, según
la cual el orden era la base “científica” del progreso. Digamos
que, como positivista en ciernes, usó la concepción de “La Paz
científica”[48] como método de análisis, lo que lo llevó a
preguntarse por las causas de las insurrecciones que había
habido en el país entre 1863 y 1883. Una República demoliberal como
la instaurada por sus copartidarios en 1863, al estimular las guerras
civiles, impedía la consolidación de un orden necesario para
propiciar el progreso de la economía. Entonces, para Núñez, las
Repúblicas, so pena de caer en permanente desorden, debían ser
autoritarias como forma ideal de gobierno y a ese ideario había
que darle sostenibilidad en el tiempo haciéndolo “perenne e
inamovible”.
Antes
de pasar a la tercera contextualización de historia, que nos debe de
arrojar alguna luz sobre los responsables concretos de los orígenes
de la forma de violencia política a la que ingresó el país
en los inicios de la década de 1960, hagamos una pausa buscando
levantar algunas respuestas a las siguientes preguntas: ¿qué
sucedió en Colombia durante esas pausas temporales- en total
50 años- que no quedaron atrapadas dentro de los límites de
las tres etapas de violencias políticas contraestatales, robustas y
regulares? ¿acaso no hubo violencia? ¿acaso se impuso o emergió
una República demoliberal? Y ¿qué sucedió en el país
durante las otras pausas electorales- en total fueron unos 35 años-
en las que no hubo declaratoria de estado de sitio? ¿acaso se
debilitó o amenazó con desaparecer El Estado Contraopositor? Y
finalmente, ¿Qué sucedió con éste, una vez reformado en 1991 el
estado de sitio como estado de excepción?
Atrás
dijimos que, en su accionar político contra-estatal, la sociedad
colombiana, precapitalista y capitalista, siempre había combinado
legalidad e ilegalidad, aún armada, aunque nunca se había llegado a
los extremos de las últimas décadas; agreguemos, además, que, en
su estilo de gobierno y gobernanza, el Estado también ha sido
bipolar. Al respecto ha escrito Fernando Dorado,
“desde
sus orígenes la casta dominante que se formó en Colombia”
ha sido “psicópata y bipolar. Ha usado la doble personalidad para
engañar a las clases dominadas. Una para tender la mano, otra para
blandir el garrote…”. [49]
Como
para traer a colación ahora a Estanislao Zuleta en sus
análisis sobre el poder cuando decía que en éste solo había dos
cosas importantes, “producir temor y halagar intereses”.[50] Como
ya se vio, en 70 de 105 años el Estado Contraopositor actuó
accionando, por distintos medios asociados a producir temor,
una muy eficaz y perversa forma de excepción llamada estado de
sitio y lo hizo sin necesidad de violentar el Estado de Derecho –
la aplicación de la excepcionalidad era constitucional- manteniendo
así la apariencia de gobernar en democracia, es decir, “halagando
intereses” como diría Estanislao Zuleta. Pero, fue durante las
pausas temporales- en total 35 años- cuando el Estado más hizo la
apariencia de gobernar en democracia. En lo externo, cuando los
golpes dictatoriales de Estado eran la norma en América
Latina, la innecesariedad, intrínsecamente estatal, de no tener que
apelar a ellos, le permitía al establecimiento decirle al mundo que
en Colombia reinaba una democracia sin igual; y en lo interno, los
gobiernos le decían a la ciudadanía que si de vez en cuando
aplicaban el estado de sitio era para salvaguardar la
democracia de todos. Total, ni desde afuera, por no haber
golpes de Estado, ni desde adentro, por mantenerse la apariencia
abstracta de la vigencia del estado de Derecho, se hacía visible y
evidente la existencia del “Estado Contraopositor”. Pero, ¿acaso
este se esfumó a partir del momento en el que el estado de sitio de
la Constitución de 1886 fue reemplazado en la nueva Constitución de
1991 por un estado de excepción cualitativamente distinto?
Diríamos
ahora que modificada en 1991 la institución más substantiva
de la Carta de la Regeneración, en el seno de la clase
dirigente del establecimiento sobrevivió la que podría llamarse “la
Cultura del estado de sitio”. Pero, hubo mucho más que eso: para
las fuerzas políticas de extrema derecha esa ya clásica y asegurada
institución se había convertido no sólo en una Cultura sino,
además, en una irremediable necesidad. Ocurre que en el
espíritu de la Constitución de 1991, la nueva institución de
excepción llamada de “conmoción interior” había sido despojada
de su histórico virtuosismo represivo coercitivo. Entonces había
que re-dotar a los presidentes, en este caso al Presidente
Uribe, de herramientas Jurídicas que le permitiesen sacar avante su
Política Pública estratégica- las otras le eran
subsidiarias- llamada de Seguridad democrática orientada a derrotar
militarmente a las guerrillas subversivas. Fue así como el gobierno
de Uribe Vélez, mediante un proyecto de Estatuto Antiterrorista,
buscó la forma de re-institucionalizar “El Estado Opositor”,
que con la abolición de la institución del estado de sitio, se
había quedado nadando en un vacío estructural institucional. Aún
más, con esa propuesta, buscó radicalizarlo. Lo más grave y
central de todo fue que en ese Estatuto las Fuerzas Armadas
aparecieron como haciendo parte, casi natural, del sistema judicial,
pues adquirían la condición de policía judicial.[51] Aunque
el proyecto de Estatuto fue aprobado por el Congreso Nacional, la
Corte Constitucional lo declaró inconstitucional constituyéndose
esta declaratoria en una de las mayores derrotas políticas del
octoenio gubernamental de Uribe. A partir de este momento crítico,
como para Uribe Vélez la derrota militar de las Farc era una
necesidad tan política como emocional, no hubo ni Constitución ni
Leyes ni Cultura que lo atajasen y, por eso, puso a actuar, de
modo inconstitucional e ilegal y terrorista, al Estado Contrapositor
fáctico, que había sobrevivido a la Constitución de 1991. Donde
más se evidenció la connotación terrorista de muchas de las
medidas y acciones concretas de la Política de Seguridad democrática
fue en los esfuerzos por convertir en masa a la ciudadanía en un
actor indirecto del conflicto interno armado: de un lado, más de un
millón de Informantes, “los ojos y oídos de la ley que
aportan elementos valiosos a las autoridades”, hicieron parte
de 26.172 Juntas de Seguridad Local y Rural, y, del otro, con la
Creación de las Zonas de Rehabilitación y Consolidación, los
habitantes de esas zonas fueron puestos en condiciones de permanente
zozobra y terror ( empadronamiento, capturas masivas, limitación de
la circulación y la residencia, registro permanente de los
desplazamientos por la zona…etc). [52]
C. El
tercer Nivel de Contextualización histórica de los Orígenes del
Conflicto interno armado: la Historia de las relaciones de Colombia
con el Imperio norteamericano.
En
numerosos aspectos substantivos la historia de Colombia se hace poco
inteligible cuando se las abstrae de la historia de sus relaciones
con el Imperio norteamericano, que ha sido el espacio de la
dominación mundial en el que el país se ha desenvuelto desde
los inicios del siglo XX. Primero vino en 1903 el zarpazo
norteamericano en Panamá, luego vinieron durante varios años
las movilizaciones anti-norteamericanas de una desconcertada y
airada ciudadanía ideológicamente variopinta para rematar, en
un tercer momento, con el fluctuante debate sobre una
indemnización de los Estados Unidos a Colombia, que sería
estrictamente económica. Casi como una indulgente ayuda sin la menor
excusa. Pero, hubo algo más central. A lo largo del siglo XX,
siempre de modo sigiloso pero permanente, la soberanía externa e
interna del Estado colombiano ha sido afectada y limitada por
los condicionamientos impuestos por los distintos gobiernos
norteamericanos. Y ¿por qué no hablar de las estrategias de
Defensa y Seguridad de los Estados Unidos en las que el Estado
colombiano, sin consulta alguna y a la brava, ha quedado
comprometido?
Llegados
a finales del siglo XIX a la condición de potencia mundial, los
Estados Unidos hicieron de Panamá un asunto estratégico. Es
cierto, durante el siglo XX la relación Estados Unidos- Colombia
nunca ha tenido un carácter colonial en términos de una intromisión
político militar pues, para los inicios del siglo XX, Colombia
ya se había metido en la ruta de la construcción de un
Estado-Nación, fuese el que fuese, bajo el modelo de una República
tendencialmente autoritaria untada de algunas o muchas instituciones
demo-liberales. El zarpazo fue en 1903, pero los gobiernos
colombianos ya le habían abierto la puerta a la
intervención norteamericana al haberle solicitado en varias
ocasiones su ayuda para el manejo del orden público
en el Itsmo[53], “ayuda pedida” que, en distintos contextos
históricos, se convertiría en una constante histórica en las
relaciones entre los dos Estados, sobre todo en materia del
manejo de la evolución del conflicto interno armado entre 1964 y el
2015. Fue así como Colombia perdió el Canal y perdió a Panamá. Y
la propia dirigencia colombiana, al asumir desde un principio el
accionar estadounidense desde una mirada inmediatista e interesada,
idealizó su actuación restándole toda connotación
imperialista. Hasta una mente amplia como la de Rafael Uribe y Uribe
no pudo escapar a esa trampa con la que los Estados comenzaban ya
a llamar “democracia” la lucha por sus intereses:
“La
delegación norteamericana, dijo Uribe y Uribe en 1906 en la
Conferencia de Río de Janeiro, ha dado esta vez el inesperado
espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aún de sus
aguerridos “; con la afirmación no hizo
más que avalar a Rafael Reyes cuando dijo, a los norteamericanos no
hay que “temerles como conquistadores ni como expoliadores. Ellos
han plantado el estandarte de la libertad y del progreso en
Cuba, Puerto Rico y Filipinas; ellos son la humanidad
seleccionada”. [54]
Toda
había comenzado desde mediados del siglo XIX cuando terminada la
construcción del ferrocarril del Itsmo, la Nueva Granada entregó su
administración a una empresa norteamericana sin que tuviese
injerencia alguna en su admón. En la primera parte del siglo XX,
la presencia norteamericana en el país empezó a enhebrarse
alrededor de las concesiones petroleras, de la explotación del oro y
del aluminio, así como de la producción y la exportación del
banano.[55] Por otra parte, como lo ha destacado el
historiador José Fernando Ocampo,
En
Colombia, Estados Unidos impulsó cinco modernizaciones en este
siglo. La de la infraestructura en la década del veinte acompañada
por el primer gran endeudamiento externo; la del sector financiero
con la misión Kemmerer; la del capitalismo de Estado de la
“revolución en marcha” de López, de corte keynesiano, a lo
Franklin D. Roosevelt; la de los planes de desarrollo en las décadas
del cincuenta y sesenta; y la de la “apertura económica” . [56]
En
lo que respecta a la presente reflexión, habrá que hacer referencia
a las Estrategias Contrainsurgentes diseñadas por Estados Unidos, el
Plan LAZO, por ejemplo, en el que se inspiró, con la asesoría y
participación de los Estados Unidos, la Operación Marquetalia de
1963, aún antes de que en el país surgiese efectivamente una
insurgencia revolucionaria armada. Y como lo ha destacado James
Petras
“La
intervención militar de EE.UU. en Colombia constituye la guerra de
contra-insurgencia más larga en la historia mundial reciente.
Comenzó cuando el Presidente John F. Kennedy creó en 1962 los
"Boinas Verdes", y se intensificó en el nuevo siglo con el
programa militar de siete mil millones de dólares del Presidente
Clinton (Plan Colombia) iniciado en el 2001 y que hoy continúa con
Obama con el establecimiento de siete nuevas bases militares. La
guerra que EE.UU. libra en Colombia ya lleva 50 años. Diez
presidentes estadounidenses, 5 demócratas y 5 republicanos,
liberales y conservadores, se han alternado para llevar adelante una
de las más brutales guerras de contra-insurgencia jamás registradas
en América Latina.”[57]
2. Las
tres Contextualizaciones históricas y nuestro objeto de estudio.
Resumiendo
digamos que cada una de las anteriores tres contextualizaciones
históricas presenta especial importancia para efectos del desarrollo
de nuestro objeto de estudio: la primera, nos permitirá fijar los
tiempos y el carácter de la violencia política cuyos orígenes
buscamos rastrear: un conflicto interno armado radicalmente
cuestionador, desde la primera parte de la década del 60, del Estado
existente sin que ello signifique que para rastrear sus orígenes
tengamos que remontarnos, por ejemplo, a las guerras civiles del
siglo XIX ; la segunda contextualización nos llevará a estudiar
las maneras específicas como El Estado Contraopositor, nacido
en el siglo XIX, ha actuado entre 1964 y el 2015 de una forma
contrasinurgente, complementada por otros modos de acción de
carácter terrorista sin que ello signifique que tengamos que
hacer una historia del Estado terrorista en Colombia; y finalmente la
tercera contextualización, como lo ha destacado James Petras, nos
llevará a preguntarnos por la guerra de contrainsurgencia más larga
en la historia mundial reciente tal como ha sido la intervención
militar de los Estados Unidos en Colombia en el últimos medio siglo
sin que ello implique que, para fijar el carácter de esa
intervención, tengamos que hacer una historia de las relaciones de
Colombia con el Imperio norteamericano.
Ese
es el marco general de la investigación, pues por ahora sólo nos
hemos atenido a la delimitación de los responsables colectivos de
los orígenes del conflicto interno armado y no a la de los
responsables de su persistencia e impactos sobre la población. Esto
lo remarcamos pues, siendo siempre fundamental el
enfoque de los orígenes, sin embargo, en la actualidad, como nunca,
sabemos que debemos evitar caer en la obsesión por ellos pues,
en su evolución, un fenómeno puede cambiar de naturaleza
presentando muchas causas. Es esto lo que ha sucedido en
Colombia con los investigadores en relación con el asunto de
las violencias. Como lo ha destacado ya Medófilo Medina en una
primera aproximación crítica al trabajo de la Comisión, no
puede pensarse que por “estiramiento cronológico”, es decir,
“por acudir a las fechas más remotas” se le está brindando ya
un mejor contexto de historia al estudio de los orígenes del
conflicto interno armado. [58]
3. LOS
ORÍGENES DEL CONFLICTO INTERNO ARMADO O DE LA VIOLENCIA POLÍTICA
SUBVERSIVA CONTRAINSURGENTE.
Siempre
habrá que preguntarse por los orígenes de todo fenómeno
humano pero sin que nos quedemos atados a una postura adánica.
Cuando decimos que la violencia subversiva armada contrainsurgente,
que tomó forma en Colombia a partir de 1964, estuvo muy atada al
estatuto real de la tierra así como al predominio de una
Cultura rural, tal como lo veremos, eso no significa que en el
devenir del fenómeno no hayan hecho presencia otras causas.
Por eso, este estudio quedará todavía “en veremos” mientras no
hayamos delimitado a los responsables de su casi eterna
persistencia, así como a los de sus crueles impactos sobre el
conjunto de la sociedad civil.
En
nuestra opinión, para ubicar los orígenes del conflicto interno
armado, que actualmente se está negociando en la Habana,
no es necesario alargar la cronología hasta el siglo XIX ni siquiera
hasta la segunda etapa del que hemos llamado “Estado
Disputado” (1946-1957). Sin embargo, como en este escrito, más que
en el método de investigación estamos ya metidos en los problemas
del método de exposición y de presentación de resultados, pensamos
que para elucidar el problema de los orígenes de la violencia
subversiva contrainsurgente iniciada en Colombia en 1964,
metodológicamente es importante y valioso e ilustrativo
presentar en clave de historia dos fenómenos importantes:
primero, el de los obstáculos de todo tipo que se le atravesaron a
los dos posibilidades que había habido en Colombia de realizar una
reforma agraria, de un lado, a mediados del siglo XIX, y del otro, en
la década de 1930 durante la llamada “Revolución en Marcha”; y
segundo, el de los desenlaces del conflicto armado entre partidos que
hubo en Colombia, sobre todo a partir de 1953.
En
el siglo XIX, el proyecto liberal de gestación de nación estaba
basado en la idea santanderina de la creación de ciudadanía
facilitando el acceso de la población a la educación. En este
punto, casi todos los liberales concordaban. Por otra parte, no
faltaron liberales sociales que anticiparon que, en lo que a los
campesinos se refería, una vía de entrada a la condición de
ciudadanos era la que les permitía el acceso a la propiedad de
la tierra; finalmente, otro sector pensaba que el ciudadano
autónomo surgiría si se lo independizaba del dominio eclesial.
Todos ellos eran caminos que, con distintos grados de importancia y
de posibilidad real, conducirían a la modernidad. Por eso cuando se
reunió la Convención de Rionegro, los puntos álgidos de las
relaciones entre la Iglesia y el Estado se encontraban ligados a la
riqueza y los privilegios de ésta, así como a la cuestión
del control de la educación. En 1861, a la Iglesia se le
expropiaron sus importantes riquezas, rurales y urbanas, pues se
calculaba que poseía una tercera parte de los bienes inmuebles del
país.[59] En el espíritu del pensamiento del Manuel Murillo
Toro de 1852 quien, al romper con el liberalismo individualista había
evolucionado a un liberalismo social, esos bienes deberían haberse
volcado hacia una reforma agraria, que posibilitara el acceso de los
campesinos pobres a la propiedad de la tierra, pues
“en
mi opinión, escribió Murillo Toro al defender su propuesta de
la “Ley de Tierras” de 1852, el cultivo de la tierra debe ser la
única base de la propiedad, y nadie debe poseer una extensión mayor
que aquella que, cultivada, puede proveer cómodamente a su
subsistencia”. [60]
Entonces,
adelantándose a la revolución mexicana, Colombia habría sido el
primer país en realizar una reforma agraria en América latina,
reforma, que hasta el presente jamás se ha hecho en el país. Pero,
como contrastante realidad, aunque en algunos casos se haya exagerado
el volumen de propiedades en manos de la Iglesia, (su valor subió a
12 millones de pesos o sea tres veces el presupuesto de ingresos de
la nación), esos bienes fueron rematados yendo a engrosar la ya
abundante riqueza de políticos, comerciantes y grandes
propietarios. [61]
Entre
1934 y 1938 durante el gobierno de la Revolución en Marcha hubo una
segunda posibilidad de hacer un reforma agraria cuando a los
terratenientes que tenían una elevada proporción de sus tierras
inexplotadas, se les concedió un plazo de 5 años para las
modernizaran so pena de expropiación, pero de nuevo la posibilidad
se esfumó con las transacciones entre el poder institucional del
Estado y el enorme peso político de los intereses corporativos de
los grandes terratenientes.[62] Poco después de surgida la
violencia subversiva insurgente, desde el interior mismo del Frente
Nacional, su tercer presidente Carlos Lleras Restrepo, con vigorosa
oposición de sectores de la constitucionalizada coalición
bipartidista, por tercer vez en la historia buscó sacar avante una
reforma agraria[63], que fue parada en seco antes de terminar su
gobierno con el llamado pacto de Chicoral, que institucionalizó la
ganadería extensiva como forma central de explotación de los
latifundios.[64]
El
otro fenómeno e importante para una adecuada comprensión de los
orígenes del conflicto interno armado tiene que ver con los
desenlaces del conflicto bipartidista de la etapa anterior, sobre
todo a partir de 1957. Una vez creado el Frente Nacional- pacto
bipartidista constitucionalizado orientado a terminarla- una de las
fuerzas del conflicto armado entre conservadores y liberales
desembocó en el bandidaje que, como señalara Eric Hobsbawm, debía
ser examinado no simplemente en razón de su naturaleza criminal,
sino también en sus relaciones con la política y la sociedad pues,
en su opinión, se trataba de un bandolerismo social fragmentado en
cuadrillas socialmente toleradas y con aceptabilidad local, que el
ejército tuvo que enfrentar hasta 1965 en la época misma en que se
estaban conformando las Farc.[65] En contraste, por otras vías
y horizontes se movieron las guerrillas liberales- las llamadas
Guerrillas de los Llanos conocida como “limpios”- y las
Autodefensas Campesinas de inspiración comunista, llamadas “los
comunes”. En general, aunque con diferencias importantes, unas y
otras se movieron en una dirección político reivindicativa. Para el
periodo 1949-1953, las guerrillas liberales llegaron a sumar
1757 integrantes, de los que el 72.5 fueron implicados como
guerrilleros, tal como lo señaló uno de los
Ponentes en el X Congreso Nacional de Sociología, quien las
caracterizó así,
“En
términos sociológicos, la Insurrección Llanera jugó un papel
importante en la historia de los movimientos campesinos colombianos,
en el desarrollo de estrategias de resistencia y de una combinación
de ideología inherente e ideología derivada, cuyo núcleo era la
restauración de las conquistas democráticas liberales. Debe verse
como parte de la expresión de una crisis de las clases hegemónicas
en el poder, en la transición de la sociedad colombiana al
capitalismo, que se comenzó a consolidar a partir de la instauración
del Frente Nacional.”[66]
Las
Autodefensas Campesinas, en cambio, habían venido prefigurándose
desde la década de 1930 en zonas que tuvieron un papel protagónico
en las luchas por la recuperación de la tierra, sobre todo, en el
sur del Tolima y en Sumapaz Cundinamarca. Era una guerrilla, nota
también propia de la guerrilla liberal, en su conjunto de rostro
campesino, con objetivos esencialmente agrarios y con una visión
limitada que no iba más allá de sus propias localidades. Aún
en la época de la amnistía limitada del gobierno de Rojas
Pinilla, (1953-1957), las Autodefensas Campesinas no tenían un mando
central unificado ni seguían un plan estratégico, pero siempre se
sentían y autorepresentaban como el brazo armado de las luchas
del campesinado y con notas así irían hasta los años 1964 y 1965,
los años de fundación de las Farc.[67] Durante el gobierno de
Rojas Pinilla, las guerrillas liberales se acogieron a la amnistía
brindada incorporándose a la lucha legal marco en el que caso todos
sus ex-dirigentes fueron asesinados; más prudentes, las Autodefensas
Campesinas ni se desarmaron ni desmovilizaron.
En
el año de 1964, estando ya en la presidencia el segundo
gobierno del Frente Nacional en la persona de Guillermo León
Valencia, al Ministerio de Gobierno llegó una carta[68] enviada
desde una lejana y selvática y poco poblada vereda del Sur de
Tolima, llamada Marquetalia, en la que un grupo de 16
campesinos le decían a Valencia que se atuviese a las consecuencias
si el gobierno no impulsaba en esa región la realización de una
reforma agraria lo más completa e integral posible. Entre los
firmantes de la carta estaba Manuel Marulanda Vélez, futuro
“Tirofijo”. Por esa mismas fechas, el congresista
conservador Alvaro Gómez propiciaba en el Congreso un agitado debate
en el que decía que por allá en unas tierras del sur de
Tolima unas masas de campesinos estaban creando unas “Repúblicas
Independientes” y que, por lo tanto, el país estaba ad
portas de su fracturación territorial,
“No
hay ningún colombiano que legítimamente pueda invocar motivos
políticos para rechazar la soberanía del Estado colombiano.
Y eso es de lo que no se ha caído en cuenta. No se ha caído
en cuenta de que hay en este país una serie de repúblicas
independientes que no reconocen la soberanía del Estado colombiano,
donde el Ejército colombiano no puede entrar, donde se le dice que
su presencia es nefanda…Hay una serie de repúblicas independientes
que existen de hecho aunque el gobierno niega su existencia…Hay la
república independiente de Sumapaz; hay la república independiente
de Planadas, la del Río Chiquito, la de este bandolero que se llama
Richard…La soberanía nacional se está encogiendo como un
pañuelo…En algunas regiones , no se tolera más
autoridad colombiana, que la de los agentes de la Caja
Agraria, que van a prestarles dinero a esos bandoleros…”.[69]
Y
Alvaro Gómez, que continuó con ese tono y contenido en sus
intervenciones, convenció a Guillermo León Valencia de que en el
país existía lo que no existía, vale decir, “cinco Repúblicas
Independientes” pues de haber sido así, a la
presidencia de la Republica no habría sido enviada la carta
fechada el 20 de mayo de 1964 en la que figuraba la firma de Antonio
Marín, el futuro “Tirofijo”. Entonces, para efectos de enfrentar
a “los comunes”- las Autodefensas campesinas-, Valencia se acogió
a la tesis del congresista Alvaro Gómez Hurtado, que veía la
situación en clave de un enfrentamiento entre la democracia y el
comunismo, feroz y foráneo invasor agazapado en unas llamadas
“repúblicas Independientes”.[70] De cara a esa “amenazante
situación”, el gobierno de Valencia decidió enfrentarla con una
Operación militar llamada “Soberanía”, “Operación
Marquetalia”, “Plan LAZO”, en cuyo diseño y ejecución a los
Estados Unidos les correspondía un papel casi “natural”. Esto no
obstante, como al frente del Ministerio de Guerra se encontraba
un militar de nuevo corte, el General Alberto Ruiz Novoa, éste quiso
aparentar que en la toma de esa decisión los Estados Unidos nada
habían tenido que ver. Precisamente en entrevistas que le
hicimos con el profesor Adolfo Atehortúa en el primer semestre
de 1996 a este General, esto fue lo que nos dijo,
“que
él había diseñado un Plan denominado “PLAN LAZO” CUYO OBJETIVO
ERA “ENLAZAR” a las poblaciones bajo el influjo del partido
comunista con el fin de someterlas a la Constitución colombiana y
que eso nada tenía que ver con “EL PLAN LASSO” (Latin American
Security Operation) diseñado en Washington para América Latina”;
que “había sido en ese Plan LAZO en el que se había
inscrito la Operación Marquetalia”, fue lo que en
definitiva nos manifestó.[71]
En
contraste con la anterior tesis, hemos leído en “INICIO DE
LA APLICACIÓN PRÁCTICA DE LA OPERACIÓN LASSO”, ECURED: “Lasso
con ‘ss’ fue el diseño estratégico elaborado por los expertos
del Departamento de Defensa en Washington y con `z` fue la
adaptación táctica en el terreno de batalla realizada por el Estado
Mayor del Ejército Nacional”. [72]
En
realidad de verdad que el General Ruiz Novoa fue el primero en
procurar, de modo callado, que el ya históricamente actuante “Estado
Contraopositor colombiano”, hiciera ahora en los inicios de la
década de 1960 bajo la asesoría y la participación de los
Estados Unidos, el tránsito a un Estado contrainsurgente condición
en la que se ha mantenido durante el último medio siglo. Es
por eso por lo ahora podemos afirmar, con bases empíricas más
firmes, que el Plan Lasso el 18 de mayo de 1964 dio origen a una
operación militar contra Marquetalia, más en concreto, contra las
regiones de Autodefensa Campesina, mediante el más descomunal
y desproporcionado esfuerzo militar: un numeroso contingente- de
16.000 soldados para las Farc pero de sólo 1.200 para el gobierno-
comandado por el Coronel Hernando Currea Cubides; la totalidad de los
helicópteros con que contaban las fuerzas armadas; varias Compañías
del Ejército especializadas en la lucha contra la insurgencia;
Grupos de Inteligencia y Localización (GIL); aviones de combate T33
y tres batallones para asegurar todo el área. Esa Operación tuvo
un costo de 800 millones de la época, 500 aportados por el
Estado colombiano y 300 por Estados Unidos.
El
Plan Lasso había sido diseñado bajo la Administración de John F.
Kennedy con la finalidad de contrarrestar los movimientos
revolucionarios en América Latina. En lo militar, era el correlato
de la Alianza para el Progreso en el plano político. Adonde
primero llegó esa Operación fue a Marquetalia donde, al mando de
Antonio Marín, había 48 hombres como miembros de las
Autodefensas Campesinas comunistas y resaltamos este
número no para inflar todavía más un mito
fundacional, - el de 48 heroicos y valientes guerrilleros casi
desarmados contra 16.ooo soldados con tecnología de punta-, pero
eso era lo que de guerrilleros efectivamente había en
Marquetalia sin contar los otros “pocos” de localidades
cercanas pues, por en días previos, en Asamblea General habían
decidido enviar afuera a las familias más numerosas. Allí en una
fugaz acción, fue el 18 de mayo de 1964, las Autodefensas
sufrieron las primeras bajas y luego el Coronel José Joaquín
Matallana hizo el primer desembargo helitransportado, unas 400
unidades, tomando por sorpresa a Antonio Marín, quien perdió
algo de lo poco que de armamento tenía su Autodefensa Campesina
(muchos machetes, algunos fusiles y revólveres y escopetas de caza);
este ataque los hizo huir hacia el sur hasta Río Chiquito- la otra
“república independiente” de Alvaro Gómez Hurtado- donde
se encontró con Ciro Castaño pero, al negarse éste a hablar
con Matallana, el ejército arreció el cerco, lo que los
llevó hasta El Pato y Guayabero- las cuarta y quinta
“repúblicas independientes” del senador conservador- en la
cordillera central y así, de cerco en cerco y de ruptura de cercos
en ruptura de recercos, se fueron hasta el 20 de julio de 1964 cuando
en Asamblea General de Guerrilleros, se aprobó EL PROGRAMA
AGRARIO, que convocaba a la lucha por una genuina reforma agraria.
Como lo ha examinado en detalle Alfredo Molano[73], El Comité de
resistencia conformado al fragor de la Operación Marquetalia, citó
a una Conferencia en el río Duda que , con la asistencia de 250
delegados, en mayo de 1965 crearon las FARC y nombraron a
Marulanda Vélez como Comandante en jefe.
hasta
llegar a los finales de 1965 cuando, en una Primera Conferencia
Nacional, las Autodefensas recibieron el nombre de Bloque Sur.
En concreto, geopolíticamente las FARC nacieron en el Sur del Tolima
en la confluencia de los departamentos de Huila, Cauca y Valle.
Entonces, la Operación Marquetalia, que había sido calculada para
tres semanas, por la resistencia de las Autodefensas Campesinas y la
posterior fundación de las FARC como movimiento subversivo y
la conversión del ESTADO CONTRAOPOSITOR en un ESTADO
CONTRAINSURGENTE asesorado y coadyuvado, de modo permanente,
por los Estados Unidos, simbólicamente ha durado medio siglo.[74]
Años
más tarde, al estudiar el anterior trasegar de acosos y arremetidas,
el colombianólogo francés Pierre Gilodhés afirmaría que
allí en Marquetalia y en ese conjunto ficticio de “repúblicas
independientes”, el Estado colombiano había “inventado su
enemigo”, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
“En
Colombia se inventó al enemigo en nombre de una respuesta
continental y se presionó sobre un presidente para aplicar una
teoría gemela, complemento de la Alianza para el progreso.”[75]
4. LOS
RESPONSABLES POLÍTICOS COLECTIVOS DE LOS ORÍGENES DE LA VIOLENCIA
SUBVERSIVA CONTRAINSURGENTE.
Sobre
esta materia no se puede salir con la tesis abstracta de que
responsables “somos todos”, pues dada la inutilidad
práctica de una afirmación así, preferible sería decir que “nadie
es responsable”. La misma hipótesis del expresidente Gaviria en el
sentido de extender la aplicación de la Justicia Transicional a
responsables no combatientes, puede presentar el peligro, sino se la
operacionaliza, de la inaplicabilidad práctica. Por otra parte, ha
sido evidente que desde las sociedades civiles, de cara al conflicto
interno armado, ha habido sectores que, desde los primeros
Atisbos Analíticos, hemos denominado “pares ideológico
políticos orgánicos”[76] de uno u otro de los sectores
militarmente confrontados. Se trataría de sectores de
civiles que, signados por un militarismo civil ya de derecha ya de
izquierda, se han identificado, en el discurso que no en la práctica
armada, ya con El Estado Contrainsurgente, y por esa vía en
muchas coyunturas con sus acciones terroristas, ya con las
guerrillas, y por ese camino con muchos de sus crímenes de guerra,
ya con los paramilitares, y en esa dirección con sus métodos
atroces.
Ha
sido evidente que en la toma de la decisión que posibilitó que en
1965 “los comunes” o Autodefensas Campesinas se transformaran en
Farc, hubo miembros del partido comunista y hasta el partido mismo,
que animaron con convicción y buena fe ese paso, pero entrar
ahora, como han querido algunos anticomunistas, convertir al partido
comunista colombiano o a la izquierda clásica en general en
uno de los actores políticos colectivos del conflicto interno
armado, obligaría a aplicarle el mismo tratamiento a los pares
ideológico políticos del Estado terrorista y del paramilitarismo.
Estas consideraciones no son más que una de las formas de resaltar
la inaplicabilidad práctica de la propuesta de Gaviria a no ser que
digamos que como “todos somos responsables, entonces, tumbemos lo
que del “chuzo estatal” queda y volvamos a comenzar. Al fin
ya al cabo en esta sociedad “lo anormal” ha sido lo normal y lo
normal en otros lares del mundo aquí nunca ha acaecido.
Dada
esta situación, en este estudio, todavía a mitad de camino, sólo
vamos a hablar de tres responsables políticos colectivos de los
orígenes del conflicto interno armado, primero, El Estado
Opositor, en este caso contrainsurgente y, en muchas coyunturas,
terrorista; segundo, Los Estados Unidos, que siempre alimentaron y
cualificaron la contrainsurgencia; y tercero, las Farc, y éstas, en
menor medida, porque a ello la empujaron en 1964” y, en mayor
medida, porque fueron los guerrilleros de las Autodefensas
Campesinas los que, en Asamblea general, tomaron la decisión
de convertirlas en una organización guerrillera subversiva.
Múltiples
han sido las evidencias empíricas que señalan que en
1964 las Autodefensas Campesinas de Marquetalia, so pretexto oficial
de que se habían constituido en “repúblicas independientes”,
fueron compelidas a salir corriendo en busca de sus congéneres de
zonas cercanas en procura de reagruparse para resistir. De no haber
sido así, quizá no habrían ido más allá de lo que ya habían
venido siendo desde la década de 1930: grupos de guerrilleros en
resistencia armada sin un mando central unificado, sin un programa
estratégico y con identidades que no iban más allá de lo local.
Desde una mirada así, el Estado colombiano emerge como el más
importante responsable político colectivo de esa “transición”
de “Autodefensas Campesinas” a “Bloque Sur” dotado de un
Programa Agrario cohesionador de muchos “pocos”, los de las
otras ficcionarias “repúblicas independientes“ del senador
Gómez y del presidente Valencia. Como decir que el Estado
Contra-opositor, ahora pre-insurgente, las empujó a esa
“transición”. Pero, el Bloque Sur dio otro paso cualitativo
adelante al convertirse en Farc y esta decisión sí fue producto de
una Conferencia en la que estuvieron 250 guerrilleros que,
apelando al derecho de rebelión, fundaron las Farc. Es
esta la razón para delimitar a esos 250 guerrilleros como
relativamente responsables políticos colectivos de los orígenes del
conflicto interno armado. Por lo tanto, las Farc no surgieron porque
el gobierno de Valencia se hubiese negado a impulsar una reforma
agraria; tampoco porque el Frente Nacional fuese en extremo cerrado y
opresivo, pues el bipartidismo fáctico también lo había sido, sino
por dos razones centrales: primera, porque hacia allá los empujó el
propio Estado, y segundo, porque en un contexto de historia,
ideológica y emocionalmente favorable al surgimiento de
Movimientos de Liberación nacional y de luchas revolucionarias
“antiimperialistas y antiburguesas”, 250 guerrilleros decidieron
su creación. Fueron ellos los que en definitiva pusieron el
componente “subversivo” , pero el componente “contrainsurgente”
lo puso el Estado Contra-opositor, empujado, asesorado y coadyuvado
por el Gobierno de Kennedy, que puso en marcha así la dimensión
militar de La Alianza para el Progreso.
En
nuestra interpretación de los orígenes del conflicto interno
armado, este aparece como gestado en un primer lugar por el
Estado, para luego vincularlo al problema de la tierra, y más en
concreto, a la negativa del Estado a hacer una reforma agraria
integral; por otra parte, este asunto no es más que una dimensión
específica de una singularidad de la sociedad colombiana: La de la
histórica incapacidad del Estado para abordar la inequitativa
distribución existente en Colombia en materia de redistribución de
la tierra, de la riqueza. Aparecen así tres
notas- el problema de la tierra, la precariedad del Estado y la
inequitativa redistribución de la riqueza- entre las seis que
Medófilo Medina aprehende como convergencias entre los
estudiosos,
“Entre
estos elementos comunes se destacan la tierra, las
precariedades del Estado, las profundas desigualdades y la
prolongada ausencia de una reforma social…También desde distintos
puntos de vista se denuncia o admite la responsabilidad del
Estado en el surgimiento y persistencia del paramilitarismo y
se analiza el impacto del narcotráfico en el conflicto interno y en
los actores centrales”.[77]
[1] .Pizarro
Leongómez, Eduardo, “UNA LECTURA MULTIPLE Y PLURALISTA DE
LAHISTORIA”, pg.4
[2] .
Bejarano Guzmán, Ramiro, “SIN DESESPERO”. Notas de Buhardilla,
El Espectador, 1 de marzo de 2015, pgs.51 y 52. <<
[3]. www.caracol.com.co/n.aspx?id=259462
[4] .
Idem,
[5] .
Humberto Vélez. “El papel
[6]. Rosanvallon
, Pierre. POR UNA HISTORIA CONCEPTUAL DE LO POLÍTICO. Lección
Inaugural en el Colegio de Francia, FCE, Buenos Aires, 2003, pgs.
15-15 6.
[7].
www.caracol.com.co/mobile/n.aspx?id=259462.
[8] Restrepo,
Jorge.”¿HABRÁ CÁRCEL EN ELPOSTCONFLITO?”. Semana, 28-02-2015.
[9] .
Uprimny, Rodrigo. “La Enredadera Jurídica de la Paz”, El
Espectador, 8 DE MARZO DE 2015, PG.47.
[10]. Estas
Generalizaciones descriptivas han sido inducidas por el autor a
partir de los 54- entre Ensayos, Análisis y Artículos- que ha
elaborado sobre los Diálogos de la Habana entre
noviembre del 2102 y marzo del 2015. Ver, Humberto Vélez Ramírez,
Los Atisbos Analíticos 161,162,163 y 165,en, www.google.com,
[11].
ZULETA, ESTANISLAO. “SOBRE LA GUERRA”, La Cábala No 3, Cali,
diciembre 1982-marzo 1983, Separata; también En, Zuleta,
Estanislao, COLOMBIA: Violencia, democracia y derechos
humanos. Ensayo. Altamira Ediciones, Bogotá 1991, pgs. 108-111.
[12] .
Un buen y sucinto balance al respecto es el de Alejo Vargas
Velásquez, “EXPERIENCIAS DE ANTERIORES PROCESOS DE PAZ”. En, LA
OPINIÓN, Alejo Vargas, www.laopinion.com.co;
sobre la experiencia de El Caguán, ver, Vélez R, Humberto.
PASTRANA, LA CIUDAD Y LA GUERRA. Capítulo I. “Hacia la
caracterización de la política gubernamental de pacificación”,
Fundación Ecopais, 2000, pgs.17-40.
[13] .
“FARC DICE QUE LA NEGOCIACIÓN NO PUEDE DEPENDER DE LA
JUSTICIA TRANSICIONAL”. El Universal. Catagena, abril 12 2015.
[14]. En
el Atisbos Analíticos No 170, “DE LA TIERRA COLOMBIANA COMO
PARO CAFETERO A LA TIERRA COLOMBIANA COMO REFORMA AGRARIA”, marzo
2013, se describe más en detalle este primer ensayo de una
metodología eficaz de negociación,
[15] .
“EN COLOMBIA NO SE PUEDE APLICAR UNA JUSTICIA TRANSICIONAL”:
Iván Márquez en Teleconferencia en en el Parlamento Britanico, 11
de marzo de 2015, www.eltiempo.com .
[16] .”SE
INICIA EL CICLO 33 DEL DIÁLOGO DE PAZ CON MÁS RESPALDO Y
TEMAS ALGIDOS POR RESOLVER”, PULZO, 24 de
febreroEFE, www.pulzo.com .
[17] .
www.eltiempo.com/política/justicia/procurador…a…-/14663316; www.eltiempo.com/politica/...de...justicia-transicional/15297602; www.razonpublñica.com/.../research/?searchwoed-justicia%transional; www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2013/c-579-13htm;
www.zona zero.info
Colombia; www.mapp.oea.net/documentos/ultimo_informe.pdf; www.semana.com; https://www.ictj.org/fr/news-tipe/media-coverage-sp?page...fr;
[18]. “EL
MINISTRO DE DEFENSA EXPLICÓ A LAS TROPAS EL VIAJE DE LOS
ALTOS MANDOS A CUBA”, www.redmasnoticias.com
[19] .
Encuesta de GALLUP DEL 7 DE MARZO DE 2015
[20] .
Grasa, Rafael. “ LA COPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO
EN COLOMBIA”.
En, www.cooperacionsursur.org/.../549-la-coopercion-internacional-para-el-desarrollo-abril2014 .
[21] .
Robledo, Jorge. “COLOMBIA:LA OCDE, L NUEVO SANALOTODO”.En,
Argen Press Prensa argentina para todo el
mundo, http://www.argenpress.inf/
[22]. VARGAS
ALEJO. “EL ELN: UNA GUERRILLA DISTNTA EN UN MISMO
CONFLICTO”, www.razonpublica.com/.../3460/el-eln-una-guerrilla-distinta-en-un-mismo-conflicto
[23] .”QUE
LAS FARC RECONOZCAN A SUS VÍCTIMAS, pide el Gobierno en Foro de
Paz, Foro organizado por El tiempo y la U. del Rosario,
24 de febrero, www.eltiempo.com ;
15 de febrero
[25] .
Samper, Maria Elvira. “LA INSOPORTABLE SOBERBIA DE LAS FARC “,
El Espectador, 1 de marzo de 2015, pg. 52.
[26] .
Informe sobre Colombia para la Corte Penal Internacional”
[27] .
www.semana.com/nacion/articulo/falsos-pisitivos-aumentaron-154-en-gobierno-de-uribe
[28] .El
E DEspectador
[29] .
“LO QUE HEMOS GANADO”, Fundación PAZ & Reconciiación. Han
disminuido los combates, los muertos, los heridos, los secuestros,
los desplazamientos, www.pares.com.co/wp-content/.../02/Descargue
[30] .
El Espectador, 8 de marzo de 2015.
[31] .
Kalmanovitz, Salomón. “La Historia del Conflicto”, 15 de
febrero del
2015. www.elespectador.com/opinion/historia-del-conflicto-colombiano-544252
[32].
Habla Eduardo Pizarro, “GOBIERNO Y FARC COINCIDEN: LA LUCHA ARMADA
HA SIDO INÚTIL”, El Tiempo, 14-02-2015.
[33] .
Valencia Llano, Alonso. ENTRE LA RESISTENCIA SOCIAL Y LA
ACCIÓN POLÍTICA De Bandidos a Políticos, Colección
Historia y Espacio, Departamento de Historia, Universidad del
Valle, 2014.
[34] .
Ver, Humberto Vélez R, Atisbos Analíticos, www.google.com;
atisbosanaliticos200o.blogspot.com .
[35] .
Vélez Ramírez, Humberto. “QUINQUENIO, RÉGIMEN POLÍTICO Y
CAPITALISMO”.
[36] .
Uprimny, Rodrigo y Vargas Alfredo. “LA PALABRA Y LA SANGRE:
VIOLENCIA, ILEGALIDAD Y GERRA SUCIA”. En, Palacio, Germán
Compilador, Bogotá ILSA-CEREC, ABRIL 1990, pgs. 105-165
[37] .
Núñez, Rafael.
[38] .
Múnera Ruiz, Leopoldo, op.cit. pg.66.
[39] .
Palacios Marco. ENTRE LA LEGALIDAD Y LA VIOLENCIA.COLOMBIA
1875-1991, Editorial Norma, 5 edición, 1995, pg.189.
[40] .
Artículo citado, pg.112
[41] .
Gallón, Gustavo., QUINCE AÑOS DE ESTADO DE SITIO, América Latina,
Bogotá, 1958-78.M.
[42] .
Múnera Ruiz, Leopoldo. EL ESTADO EN LA REGENERACIÓN”. En LA
REGENERACIÓN REVISITADA. La Carreta Histórica Editores, 2011, pgs.
64 y 70.
[43] .
González Posso, Camilo. “¿REQUIEM POR LA CONSTITUCIÓN DE
COLOMBIA?”, El TIEMPO, 1 de abril de 2015.
[44] .
Wilde, A. CONVERSACIONES DE CABALLEROS. LA QUIEBRA DE LA DEMOCRACIA
EN COLOMBIA. Tercer Mundo, Bogotá, 1982
[45] .
Vélez R, Humberto. ¿DE DÓNDE VIENE, EN QUÉ SITUACIÓN SE
ENCUENTRA Y HACIA DÓNDE MARCHA ESTA SOCIEDAD? NÚÑEZ Y
URIBE: UN ENFOQUE DESDE LO POLÍTICO. En, Atisbos Analíticos No
111, Santiago de Cali, marzo de 2010.
[46] .
Melo, Jorge Orlando.”NÚÑEZ Y CARO EN 1886” Banco de la
República, 1886.
[47] .
Academia Colombiana de Historia. ANTECEDENTES DE LA CONSTITUCIÓN DE
COLOMBIA DE 1886. Bogotá, Plaza y Janés, 1983.
[48] .
Rafael Núñez. “LA PAZ CIENTÍFICA”. En, LA REFORMA POLÍTICA,
Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá, 1945,pgs. 94-108.
[49] .
Dorado, Fernando. “LA TRAGEDIA DE LAS FARC”. Semana, del 27 de
febrero al 5 de marzo del 2015.
[50] .
Zuleta, Estanislao. “SHAKESPEARE: UNA INDAGACIÓN SOBRE EL PODER”.
Universidad del Valle, 2010, pgs. 21-27.
[51] .
“ESTATUTO ANTITERRORISTA”,
portal.uexternado.edu.co/pdf/5_revista
ZERO%2012/16_pinto_antiterrorista .
[52] .
About Colombia Internacional .”Gobernar y asegurar una lectura
crítica de la Seguridad democrática desde la Filosofía
política de Mitchel de Foucault”. En. COLOMBIA INTERNACIONAL,
Revista de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
[53] .
Ocampo T, José Fernando. “ESTADOS UNIDOS Y COLOMBIA: RAÍCES DE
LA ACTUAL INJERENCIA NORTEAMERICANA. Bogotá, agosto 2002.
[54] .
Idem.
[55].
Ardila, Juan Pablo. ”Reflexiones sobre el Imperialismo
Norteamericano: la políticam agraria colombiana y la influencia
estadounidense en la década de 1930”. En,
file///users/Humberto/Downloads/-data-H_critica-51-n51a09.pdf .
[56] .Ocampo
T, José Fernando, art.cit.
[57] .
Petras, James. “IMPERIALISMO Y VIOLENCIA EN COLOMBIA”. En.
REBELIÓN, www.rebelion.org/noticia/php?id=151
[58]. Medina
Medófilo. “Las diferentes formas de entender el Conflicto
armado”. En, RAZON PÚBLICA, 23 de febrero de 2015.
[59] .
Tirado Mejía, Alvaro. Art cit. Pag. 168; Vélez R. Humberto. “LAS
CONSTITUCIONES DE 1863, 1886 Y 1991: FORMAS DE GOBIERNO Y
SIGNIFICADO POLÍTICO Y CULTURAL. Atisbos Analíticos No
124, enero de 2011.
[60] .
Castaño Zuluaga, Luis Ociel. “Murillo Toro, Manuel. En. Gran
Enciclopedia de Colombia. Círculo de Lectores. 10 Biografías.
Bogotá. 1994. Pgs.408-410.
[61] .
Diaz Díaz, Fernando. “ESTADO, IGLESIA Y DESAMORTIZACIÓN”. En,
NHC Nueva Historia de Colombia. 2. Era Republicana. Editorial
Planeta. Bogotá. 1984. Pgs. 197-223.
[62] .Albán,
Alvaro. “REFORMA Y CONTRAREFORMA AGRARIA EN COLOMBIA”.
En, www.economiainstitucional.com/pdf/No24(aalban24.pdf
[63] .
Vélez Ramírez, Humberto
[64] .
Vega Cantor, Renán. “LA REBELIÓN DE LOS
‘ENRUANADOS’. 27-08-2013, www.lapluma.net .
[65] .
Hobsbawm, Eric. “LA VIOLENCIA COLOMBIANA DEL MEDIO SIGLO”.
Prólogo al libro BANDOLEROS, GAMONALES Y CAMPESINOS de
Gonzalo Sánchez.
[66] .
Villanueva Martínez, Orlando. “COMPOSICIÓN SOCIOLÓGICA DE LA
INSURGENCIA LLANERA”, www.icesi.edu.co
. Ponencia presentada al X Congreso Nacional de Sociología
[67] .
Comisión Internacional. “FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DE
COLOMBIA EP: ESBOZO HISTÓRICO”, Edición Corregida y
Aumentada, 2005, www.cedema.org/uploads/esbozo_histórico.pdf .
[68] .
CARTA ENVIADA POR 16 CAMPESINOS DE MARQUETALIA AL PRESIDENTE
GUILLERMO LEÓN VALENCIA el 20 de mayo de 1964, radicada en EL
ARCHIVO GENERAL DE A NACIÓN, FONDO PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA.
[69].
Discurso del Senador Alvaro Gómez Hurtado en el Congreso de la
Republica el 25 de octubre de 1961.
[70] .
Uribe, Maria Victoria. “VIOLENCIA Y MASACRES EN EL TOLIMA: DESDE
LA MUERTE DE GAITÁN AL FRENTE NACIONAL”. Revista Credencial
Historia. Edición 18, junio 1991,www.banrepcultural.org/node/32650
.
[71] .
ENTREVISTA DE ADOLFO ATEHORTÚA Y HUMBERTO VÉLEZ AL EXGENERAL
ALBERTO RUIZ NOVOA. Primer semestre de 1996.
[73] .
Molano, Alfredo. 12 TEXTOS DE ALFREDO MOLANOSOBRE EL ORIGEN DEL
CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA. Especial para El espectador.
[74] .
FARC EP:ESBOZO HISTÓRICO,art cit.
[75] .
“ESTADOS UNIDOS Y LA GUERRA Y LA PAZ DE COLOMBIA”. El
Espectador, 14-04-2015.
[76] .
Vélez R, Humberto. EL CONFLICTO INTERNO ARMADO
NEGOCIACIÓN O GUERRA. Capítulo 5. DECIMO TERCERA TESIS: Los
actores indirectos del conflicto, SUS PARES IDEOLÓGICOS ARMADOS.
Universidad del Valle, mayo de 1998, pg. 184.
[77] .
Medina. Medófilo, ar.cit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario