ATISBOS
ANALÍTICOS No 245, Universidad del Valle julio de 2016,
IEP-Programa de Estudios políticos, Humberto Vélez R, profesor
investigador y presidente de Ecopais, UN NUEVO ESTADO PARA UNA
NUEVA COLOMBIA. humbertovelezr@gmail.com ,
atisbosanaliticos2000.blogspot.com .
Nota:
Este Atisbo fue leído en el homenaje de reconocimiento al
maestro Humberto Vélez por su presencia activa en la investigación
académica, su obra escrita invita a construir pensamiento crítico,
desde los ATISBOS ANALITICOS ha seguido las huellas de la
negociación gobierno-farc que tienen como escenario de dialogo la
Habana- Cuba.
CARTA-ORACIÓN
A LOS DIOSES DE LOS COLOMBIANOS
SOBRE
SUS CREYENTES Y LA PAZ DEL PAÍS
“ORACIÓN-CARTA
ABIERTA”, LAICA Y
PLURALISTA,
POR LA PAZ A LOS DIOSES
DE
LOS COLOMBIANOS INCLUIDO EL
DIOS
REPRIMIDO DE ALGUNOS ATEOS
Y,
SOBRE TODO, EL ÚNICO DIOS QUE
SE
ENTRISTECE Y LLORA AL ESENCIAR
LA
SOBERANA INDIFERENCIA DE SUS
SEGUIDORES
CON EL “OTRO HUMA-
NO”
QUE A SU LADO HABITA, Y QUE
COMO
ELLOS, EN TOTAL Y CONSEN-
TIDA
SOLEDAD, VIVE Y PRODUCE, Y
PIENSA
Y SIENTE, Y LUCHA Y DISTRI-
BUYE,
Y CANTA Y LLORA, Y REZA Y
MALDICE
LAS 24 HORAS DE CADA
DÍA.
MUY
DIGNOS Y RESPETADOS DIOSES DE LOS COLOMBIANOS :
En
realidad de verdad, ésta, más que una oración a los Dioses,
quienes en su esencia íntima no la necesitan, es una
oportunidad de conversar con Ustedes sobre asuntos que, en su
omnisabiduría anticipada, ya conocen, pero que son vitales para el
presente y futuro de sus creyentes, inscritos en diferentes versiones
del amor al prójimo como forma histórica situada de solidaridad
humana. En general, los seres humanos no necesitamos de los Dioses
para explicarnos la estructura y las leyes de funcionamiento de
nuestras sociedades, pues es bien sabido que, entre nosotros habitan
sus artífices concretos, sea bondadoso o perverso el carácter de
cada una de ellas. Sin embargo, tan prolongada e intensa ha sido la
presencia de Ustedes y de sus representantes e instituciones en todos
los presentes pasados y actuales de la sociedad colombiana; tan
robusta es la presunción de que en Colombia ha habido
una fuerte incidencia teológica en las costumbres y
prácticas sociales del conjunto de la ciudadanía, que equivocado
sería no recordarlos ahora, en esta coyuntura del 2016, cuando al
país se le ha abierto un horizonte dicotómico para el manejo de uno
de sus problemas centrales, el del cincuentenario en el tiempo pero
muy longevo en sus consecuencias conflicto interno armado.
Como
para recordarnos entre todos, muy Respetados Dioses, que el
cronológico 23 de junio del 2016, como proceso, se
inició en Colombia un largo y complejo día de
seis meses que, por histórico, no será lineal sino muy curvado, al
final de los cuales se espera que en Bogotá y no en la Habana se
firmen los Acuerdos construidos en la Isla de Martí una vez
las Farc, y ojalá el Eln, hayan hecho la dejación de las armas y
definido una Estrategia que les permita reincoporarse a la vida
ciudadana bajo formas de presencia y de trabajo y de actitud y de
prácticas inéditas por lo desconocidas en anteriores procesos
de negociación. Pero, como para recordarnos también, muy
Dignos Dioses, que una alta proporción de sus seguidores[1],
alegando pretextos poco cristianos, no han estado de acuerdo con esta
forma específica de construcción de perdón y reconciliación.
Pero,
para poder encausar y encontrarle el sentido a este
conversatorio, conviene precisar algunos de sus contextos. El más
importante de ellos, y casi olvidado por los estudiosos, precisa que
entre el dejar de matarnos como resultado de una negociación
-Santos- y el dejar de matarnos porque ya nos hemos matado-Uribe
Vélez- la diferencia es cualitativa. Es decir, que el tipo de
desenlace que tenga el conflicto interno armado en sí no es gratuito
ni inocente de cara a la Colombia del
futuro. Al final-final, a un social
colombiano, incluyente-cooperativo-integrativo y
solidario, será nada lo que le podrá aportar
una pacificación obtenida por la vía militarista, pues
por este camino sólo le estará abriendo paso a la
maduración perversa de lo que hasta ahora se ha
construido: Una Sociedad colombiana que, no obstante lo
mucho bueno y bondadoso que todavía sobrevive en ella, en esencia
ha llegado a ser perversa, excluyente, individualista,
corporativa e insolidaria.
Muy
dignos Dioses, esbozado este primer contexto y apelando ahora al
Enfoque metodológico de lo Político- a aquel que se pregunta por
las maneras como en cada sociedad concreta en cada uno de su
presentes pasados se ha ido instituyendo lo social- dos
hipótesis, formuladas desde tiempo atrás en nuestros Atisbos,
una general y otra específica, nos pueden permitir una mejor
inteligencia de las posturas de sus seguidores frente al problema de
la paz.
En
el Atisbos Analíticos No 111 de marzo del 2010 trajimos a colación
una entrevista concedida a El Tiempo, a fínales del 2009, por
Francoise Zimeray, Embajador de Francia en la que planteó que
Colombia tenía su cuerpo social muy enfermo: “Hay, dijo, una
dimensión que me impacta: cuando vemos cómo se atacan los derechos
humanos en Colombia, y veo muchos ataques en el nivel mundial
–estuve en Asia, en Palestina, en Africa, en Chechenia- lo que me
impacta de la situación colombiana no es solamente la violencia y la
pobreza, o los desplazamientos masivos, ES LA CRUELDAD….En
Palestina no se descuartiza a la gente”. Pero, de cara a ésta
también le impactó el que “nadie se indignara y
protestara…”Después de los falsos positivos, continuó, no
estoy seguro de que haya una indignación de la opinión
pública lo bastante fuerte, para tener una traducción política. Es
como si existiese la idea de que, de todas maneras, no sirve para
nada lo que podamos hacer”. Formuló, entonces, el Embajador
Francés esta hipótesis explicativa: “También me pregunto
acerca de la sociedad colombiana misma, me pregunto si lo que se hace
tiene fundamento en el cuerpo social”. [2]
Fue
como si nos hubiese dicho que desde mucho tiempo atrás el
cuerpo social colombiano debería haber sido hospitalizado.
Por ahora limitémonos a destacar, como hipótesis
general, que tanta crueldad es una las expresiones de una sociedad en
la que ha habido fallas notorias y notables en la
historia de institución de lo social. Como para decir
que de tanto convivir con esta sociedad con su cuerpo social enfermo,
sus habitantes se han apropiado de su “esencia” casi perversa.
Desde
otra mirada, la del olímpico desprecio por la vida humana a que ha
llegado nuestra sociedad, uno de los representantes de los
Dioses, el Arzobispo de Cali, Monsenor Darío Jesús Monsalve, ha
avalado una hipótesis similar al hablarles a los creyentes de, “la
relativización del homicidio ya al homicidio de una vez para
siempre” ya al homicidio dosificado. “Hemos llegado al extremo,
escribió, de afirmar que en esta guerra hay muertos buenos;
como diría el Quijote son aquellos que ‘vosotros mataís’. Esto
es maniqueo…Relativizar el homicidio ha sido el cáncer de nuestra
cultura incoherente frente a la vida humana”.[3]
Y
ya desde febrero del 2006 se reunieron en las Islas de San
Andrés 110 representantes de las 8.000 Iglesias
Cristianas Evangélicas existentes en Colombia pronunciándose “por
el abandono del uso de las armas por parte de las personas o grupos
armados para buscar metas de paz, justicia y dignidad”; al
referirse al desplazamiento forzado lo caracterizaron no sólo como
una de las grandes tragedias que vive el país, sino como “un
pecado de seres humanos contra su prójimo”. [4]
Pero
vayamos a una hipótesis más concreta que postula que,
examinado el carácter de los nexos sociales en que se fue
enhebrando y tomando forma la sociedad
colombiana- más individualistas, egotistas, corporativos e
insolidarios que colectivos, integrativos, cohesionadores y
solidarios- las religiones en Colombia han sido poco lo que han
contribuido a la institución de un social inspirado en esta
segunda dirección. Para darle algunos soportes empíricos a esta
hipótesis recojamos solo un muy pequeño retazo de la historia
de las crueldades que ha habido en Colombia. En
la época de la violencia entre partidos, se llegó a una dimensión
de su ejercicio, que podemos medio dibujar así, “…centenares
de asesinatos con hileras de decapitados en los caminos, degollados
con el famoso corte de franela o de corbata – así llamado,
ilustramos nosotros, porque al cortarles el cuello les sacaban la
lengua simulando una corbata- , incluso llegando a despellejar a sus
víctimas y extender su piel como piel de ganado, mujeres embarazadas
con el estómago llenos de piedras mientras los fetos
colgaban de los árboles, y así durante una década con el listado
diario de muertos, fincas incendiadas, ganado robado, asaltos de
caminos y caseríos incendiados…” [5]
Rememoremos
también la época del simbólico machete, la de un machete de
doble filo, ‘por un lado conservador y por el otro liberal, pero un
solo y único cortador de cabezas’… Puestos en línea, con los
cuellos sin cabeza tocando los cuellos sin cabeza del vecino, esa
apocalíptica mortandad colectiva habría cubierto la ruta entre dos
ciudades ubicadas a 450 kilómetros de distancia. Entonces, LA
SOCIEDAD SE QUEDÓ CALLADA. ‘Para qué son rojos”, dijeron en
1950 unos, ‘para qué son azules”, replicaron los contrarios.”
Y en la época del 90 los genocidios fueron
pan de cada día. En Colombia todos los actores armados han masacrado
civiles, pero para esas calendas los guerreristas los volvieron
una práctica sistemática con lo que convirtieron a más de cien
municipios del país en campos de terror, de perversidad y de
sevicia y no durante unas horas o minutos sino durante
días enteros. Aparecieron, entonces, prácticas desconocidas en
nuestro medio como la desmembración de personas con motosierras.
Según Camilo Echandía entre 1999 y el 2001 en Colombia
hubo 3.750 masacres. [6] Notorio, innovador en sus formas
de crueldad y sanguinolento y fiestero fue, por ejemplo, el
genocidio cometido en el Salado donde durante dos días a sol y
luna, el 26 y 27 de febrero del 2000, cuando de modo selectivo
y dosificado y progresivamente cruel, asesinaron a 60 personas, una
por una, al son de tamboras, altisonante música pública, botellas
de aguardiente y orgías sexuales
Paremos
aquí este retazo de la vida nacional para recordar que casi todos
los artífices de esos crímenes monstruosos se echaban la bendición
antes de asumirlos o besaban el escapulario de la Virgen
del Carmen colgada a sus pechos.
Muy
dignos y respetados Dioses, no han sido Ustedes los
que han fracasado, pero son muchas las indicaciones empíricas que
evidencian que en esta sociedad colombiana la ley
del amor al prójimo como cristalización cotidiana de la
solidaridad humana no ha logrado romper y esenciar y
mojar el sabroso y cálido y raizal ritual de las prácticas
religiosas de sus creyentes como se autodefinen casi
todos los colombianos. Por eso en esta coyuntura histórica decisiva,
un alto porcentaje de los católicos colombianos como que no han
alcanzado escuchar la franciscana y muy refrescante
voz del Papa Francisco en la Misa que celebró en La Plaza de
la Revolución en La Habana en septiembre del 2015.
"Me
siento en el deber de dirigir mi pensamiento a la querida tierra de
Colombia. Consciente de la importancia del momento presente, en el
que con esfuerzo renovado, y movido por la esperanza, sus hijos están
buscando construir una sociedad en paz. Que la sangre vertida por
miles de inocentes, durante tantas décadas de conflicto armado,
unida a aquella del señor Jesucristo en la cruz, sostenga todos los
esfuerzos que se están haciendo, incluso aquí en esta bella isla,
para una definitiva reconciliación. Y así a esa larga noche de
dolor y violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda
transformar en un día sin ocaso, de concordia, justicia, fraternidad
y amor en el respeto de la institucionalidad, del derecho nacional e
internacional, para que la paz sea duradera. Por favor,
no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de
paz y reconciliación. Gracias
a usted señor Presidente (Raúl Castro) por todo lo que hace en este
trabajo de reconciliación".[7]
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