https://docs.google.com/file/d/0B5ro9VGGR03fc3E4LU15T0dkMTg/edit
LA HABANA JULIO 2013: SERÁ LA
RELACIÓN DE FUERZAS,
OBJETIVA Y SIMBÓLICA, ENTRE
AMIGOS Y ENEMIGOS DEL PROCESO LA QUE
DEFINIRÁ SU DESENLACE.
En esta sociedad nuestra en la que lo
social colombiano es tan instrumental, corporativo e insolidario, suena
coherente que mientras en la Habana se busca construir paz negativa en medio
del ruido de los fusiles, en el resto del país sea una multitud de indignados
la que se agite y movilice levantando alguna bandera asociada a la paz positiva. Lo que pasa es que importa
tanto la paz sin balas como la paz con pan social y simbólico. Como para
postular entonces, que lo que está sucediendo en Colombia, Catatumbo-paro-rural-minero-cafetero,
es tan importante como lo que está
acaeciendo en la Isla de Martí y por eso, los excesos represivos del ESMAD y la
ausencia de Estado en lo social no pueden taparse o con el discurso limitado
del simple reconocimiento formal del derecho de protesta, pues el gobierno
tiene que garantizar su ejercicio, o
expulsando del país a la ONU o estigmatizando
a la oposición alternativa- casos Jorge Robledo e Iván Cepeda- o
responsabilizando, de modo torpe, a las guerrillas de estar infiltrada en zonas conflictivas donde siempre han estado.
A casi un año de iniciado el proceso
Oslo-La Habana, éste se transparenta más blindado en lo externo- el mundo y
América Latina y el Vaticano lo apoyan- que en lo interno- la oposición a la
negociación es fuerte, los imaginarios bélicos negativos o vacilantes hacen
estragos en la subjetividad del ciudadano común y corriente, las negociadores
evidencian dificultades para darle coherencia y continuidad a los ejes
temáticos. Y el contraste es tan fuerte que prestantes enemigos internos del
proceso hacia afuera se transparentan como lo que no han sido: como personas
que buscan blindar la paz para que no se dispare la endemoniada y falsamente odiada impunidad. Léase Ordoñez y Uribe Vélez en
plena alianza. El Procurador lo ha dicho, sobre todo hacia afuera,
“Nadie puede ser enemigo de la paz. Soy
amigo del proceso de paz porque es el medio de llegar a la paz. Pero este
proceso debe blindarse para evitar nuevas frustraciones”[1]
Como lo destacó en esta misma entrevista,
el Procurador dijo algo suave y sabroso y efectista para velar su pensamiento y
conducta reales, que blindar el proceso
de paz significaba que los guerrilleros sin más ni más se sometieran y que
Timochenko, “por lo menos”, pasara unos días en la Picota.
Esto no obstante, LOS ATISBOS se reafirman, tal como insistiremos, en una
hipótesis central: El análisis comparativo nos señala que entre 1985 y el 2013
nunca se había avanzado tanto en una negociación, pues ahora el juego dialéctico entre intereses,
necesidades y posiciones ha producido acuerdos informales, sobre todo en materia
de desarrollo rural integral. Claro que se ha debilitado el inicial pacto de
confidencialidad y también en más de una oportunidad, se ha regresado, como en
el Caguán, a una desorientadora negociación “a micrófono abierto”. Por otra
parte, lo que no se ha logrado en una más intensa participación de las
sociedades civiles, se ha compensado con una mayor cualificación y
cuantificación del movimiento social por la paz.
Además, en la última semana de octubre (24-25-26),
la academia investigadora, que ha producido pensamiento estratégico sobre la
paz, dialogará durante tres días con la sociedad en el VI
CONGRESO NACIONAL Y PRIMERO INTERNACIONAL POR LA PAZ “ALFREDO CORREA DE ANDREIS”,
realizado por todas las Universidades de Cali bajo la coordinación del Programa
de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos de la Universidad del Valle.
En consecuencia, al haber tenido avances efectivos, todos los amigos del
proceso debemos pedirle a los negociadores: que por favor no se levanten de la
Mesa, ni del espacio de los posibles acuerdos ni de la institucionalidad
de su formalización, ni del más dificultoso ámbito del
postconflicto hasta que todo haya
avanzado hacia un punto de no retorno.
Y para hacerle esa demanda a los
negociadores, no nos tenemos que salir del closet como lo ha demandado, de modo
hipócrita y cínico, el Procurador. Somos
muchos los amigos del proceso, que lo apoyamos sin haber sido amigos de las
guerrillas. Por el contrario, les hemos cuestionado el haber querido agotar la
política revolucionaria en un fusil empuñado y quizá mañana o pasado mañana
podemos votar por esos ciudadanos exguerrilleros que, desde un nuevo sistema
político institucional, luchan por una
forma de gobierno democrática que vaya más allá del electorerismo, por la
gestación de una nueva cultura política ciudadana que revalorice lo público,
tanto lo público estatal como lo público ciudadano y por posicionar a los
subalternos como fuerza protagónica en la vida social del país.
Por ahora, porque ellas son subversivas
y no hermanitas de la caridad, de las guerrillas sólo nos preocupa una cosa, su
continuo desbordamiento del DIH, que
afecta sobre todo, a la población civil y a los militares y a ellas mismas, que
todos los días pasan a la condición de seres humanos caídos en combate. Por eso
también, estamos por la negociación, porque es el camino más cercano para
empezar a aliviar el dramático cuadro clínico de los derechos humanos en el
país. Pero en este momento, nos preocupa más la histórica situación del bloque
de poder en el establecimiento colombiano. Creemos que el presidente Santos,
que con cierta persistencia ha venido manifestando su deseo de llegar por lo
menos a una paz negativa, puede caer enredado y capturado por él tal como
acaeció con otro muy bien intencionado, Belisario Betancourt en 1985.
Se trata del Bloque en el Poder de una
sociedad que no obstante haber alcanzado en el mundo, en lo
tecnológico-económico, un desarrollo más que mediano entre otros 200 países, ha ocupado
siempre uno de los últimos lugares en materia de redistribución de la riqueza y
de los ingresos; al mismo tiempo, se ha tratado de un Bloque dominante,
portador de una cultura política altamente valorizadora del poder institucional
y por lo tanto, históricamente reacia a
redistribuirlo. Por consiguiente, ni ha posibilitado una redistribución
equitativa de lo producido y mucho menos del poder institucional, y por eso su hegemonía nunca ha ido más allá
de la producción de un social más instrumental que compartido, más
corporativo-grupal-individualista que solidario y cooperativo. Como decir, que
nunca ha sabido lo que es negociar. Pongamos un solo ejemplo, el de nuestros
vecinos de Centro América: El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Países todos
éstos con un desarrollo tecnológico-económico por debajo del de Colombia, en
ellos sus respectivos Bloques de Poder fueron capaces de abrirse de cara a las guerrillas, por lo menos a unos procesos que permitieron la transición
de la relación de amigos/ enemigos a la de amigos/adversarios. Pero aquí,
nuestra dirigencia que sobrada y equivocada, ha mirado a esos países como menos
“democráticos” que el nuestro, bajo el argumento de que las guerrillas nunca
han querido negociar, se han mostrado incapaces para jalonar esa transición.
No es raro entonces, que tras medio
siglo de conflicto armado, algunos hayan dicho que en el caso de Colombia, se ha tratado de uno de los Bloques de Poder más impotente, incapaz y
cerrado del mundo. Entonces, el presidente Santos, si quiere pasar a la
historia, es legítimo que lo aspire, debe dejar de bambalear entre una tímida
paz negativa y el miedo inhibidor que le tiene a Uribe y al mal llamado Centro
democrático, que son las fuerzas que lideran a la extrema derecha colombiana.
De este modo, desde muchos frentes y
espacios los amigos del actual proceso Oslo-La Habana debemos reorganizarnos
para protegerlo y cooperar a sacarlo avante, sobre todo en relación con temas que aunque no sepamos con precisión qué
acuerdos ha habido alrededor de ellos -pero que los ha habido, los ha habido- presumimos
como más candentes:
1. El grado de
afectación del derecho de propiedad en relación con el proceso de desarrollo
rural integral, sobre todo con respecto
al latifundio improductivo y a las zonas
de reserva campesina;
2. Los alcances de
la reforma del sistema político desmontando el imaginario creado de que así
como en el Caguán querían imponer una revolución social, ahora lo que buscan es una revolución política cuando esta sociedad sí que necesita
al respecto reformas profundas importantes;
3. La definición de
un punto de equilibrio realista (Justicia Trancisional) entre las lógicas de la
justicia y las lógicas de la paz;
4. Sacar el
dispositivo de la formalización de los acuerdos de una trampa de inamovibles,
que tampoco son inconstitucionales, o Asamblea Nacional Constituyente (las
guerrillas), o nada de Asamblea Nacional Constituyente ( el gobierno);
5. Buscar formas
conjuntas de avanzar en la reparación de las víctimas reconociendo que, de
parte y parte, ha habido culpabilidades y responsabilidades, y que la ley de restitución
de tierras, con los ajustes del caso, puede ser un buen punto de partida;
6. Aceptar que sólo
en un sistema político altamente reformado, los exguerrilleros pueden quedar
relativamente blindados para evitar que se reproduzca el partidicidio de la Unión Patriótica;
7. Como en su
interior los negociadores ya tienen el cuadro de los acuerdos informales
logrados, empezar a trabajarlos pensando en programas concretos para la etapa
postconflicto, lo que evidenciaría que
sí se ha hecho el tránsito a la relación amigos/adversarios.
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